El año en la Iglesia

Año del Señor 2016 Calendario Ecuménico Etapas del Año Litúrgico


Durante la Reforma del siglo XVI se dio la necesidad urgente –canalizada por Lutero y los reformadores- de renovar espiritualmente la Iglesia y cambiar aquello que no estuviera acorde al Evangelio. De aquí que nuestra iglesia y su forma de adoración litúrgica a través cultos o misas, y otros rituales, sigue las formas antiguas de la tradición cristiana, pero sin que ello implique dejar de adaptarse a las necesidades y al bienestar de las personas. Esto significa que la Iglesia Luterana es una iglesia Litúrgica y Sacramental, dentro de los cánones de lo que llamamos la “Iglesia histórica”, la iglesia de todos los tiempos unida en un solo Bautismo y en una sola la fe en nuestro Señor Jesucristo.

Veamos lo que dicen nuestras confesiones al respecto de los cultos y rituales cristianos:

En cuanto a los ritos eclesiásticos establecidos por hombres, enseñamos que uno debe observar lo que pueda realizar sin pecar y que contribuya a la paz y al buen orden en la Iglesia, como por ejemplo, ciertas fiestas y otras solemnidades. Sin embargo, exhortamos a no cargar las conciencias, como si esta suerte de instituciones humanas fueran necesarias para la salvación. Antes bien enseñamos que todas las ordenanzas y las tradiciones instituidas por los hombres para reconciliarse con Dios y merecer su gracia, son contrarias al Evangelio y a la doctrina de la salvación por la fe en Cristo. He aquí por lo que tenemos por inútiles y contrarios al Evangelio los votos monásticos y otras tradiciones que establecen diferencias entre alimentos, días, etc. por las cuales se piensa merecer la gracia y ofrecer satisfacción por los pecados

CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Art. 15

La Iglesia Luterana se define a sí misma como «la asamblea de creyentes entre los que se predica el Evangelio y se administran los santos Sacramentos según el Evangelio» (Confesión de Augsburgo, Art. 7). Por lo tanto, la predicación de la Palabra de Dios y la Eucaristía son considerados núcleos fundamentales del culto luterano (como lo había sido desde un principio en la Iglesia antigua). Los Sacramentos quedaron reducidos al Bautismo y a la Eucaristía o Santa Cena, en tanto que, según la interpretación luterana de las Sagradas Escrituras, son los únicos que cumplen con los requisitos de haber sido instituidos por Cristo; estar claramente mandados por la Palabra; y traer consigo una promesa de Dios que entrega su gracia y presencia a través de un elemento visible y sensible. Gracias a la Reforma, el culto se empezó a celebrar en las lenguas naturales de cada pueblo (antes se hacía todo en latín, lengua oficial de la liturgia católica, y muy pocos comprendían algo), destacándose la predicación como vía de enseñanza de la Palabra de Dios para ser aplicada en la vida de los creyentes. El luteranismo también, estimuló la participación comunitaria en el culto, en especial a través de cantos litúrgicos y de los himnos. El propio Lutero escribió muchos himnos para fortalecer la fe de los fieles y algunos alcanzaron gran popularidad. Todos estos elementos: sacramento, palabra leída y predicada, cantos litúrgicos e himnos, se encuentran presentes en nuestra liturgia hasta hoy, con las variaciones culturales que corresponda según la comunidad de que se trate.

La adoración desde la espiritualidad luterana no contempla, al igual que la iglesia antigua, la veneración a los Santos ni a la Virgen, aunque sí su conmemoración. Si bien creemos en ellos, en cuanto a su importancia para la Historia de Salvación y de la Iglesia, no creemos que sean intercesores entre Dios y nosotros, ya que eso va absolutamente en contra de la Palabra de Dios. Se eliminó entonces de la tradición litúrgica toda forma de culto o adoración a los santos, vírgenes o a las reliquias e imágenes, debido a que estas prácticas no son bíblicas ni tampoco edifican la fe, sino más bien, nos pueden hacer perder el fin último que es Jesucristo, quien es el único camino y mediador entre Dios y nosotros. Por ende, podemos tener imágenes de la Virgen o de los Santos, pues son modelo de fe ya que, naciendo pecadores al igual que nosotros, dieron un inmenso testimonio de fe a través de sus obras. Sin embargo, creemos que nadie ni nada es merecedor de alabanza, sino sólo Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto se explica de manera muy clara en la Confesión de Augsburgo:

Con respecto al culto a los santos enseñamos que se puede proponer la memoria de los santos a los fieles de manera que imitemos su fe y obras de acuerdo a la propia vocación, como el Emperador puede seguir el ejemplo de David para hacer la guerra al Turco y alejarlo de sus dominios, ya que los dos son reyes. Pero la Escritura no enseña que se deba invocar a los santos, pedir su ayuda e intercesión. “Hay un solo propiciador y mediador entre todos los hombres, Jesucristo" (1ª Timoteo 2:5). Él es el único salvador y el único sumo sacerdote, propiciador e intercesor ante Dios (Romanos 8:34). Sólo Él debe ser invocado y es el único que nos ha prometido escuchar nuestra oración. Este es el culto más excelente de todos y consiste en buscar a Cristo e invocarlo del fondo del corazón con todas nuestras fuerzas y nuestros deseos. San Juan lo dice así: "Si alguno ha pecado, tenemos un intercesor junto al Padre, Jesucristo, el justo" (1ª Juan 2:1)

CONFESIÓN DE AUGSBURGO, Art. 21