Iglesia Luterana en Valparaíso

Liturgia Luterana

 


♦ Liturgia de Entrada ♦


♦ Campanas
Antes de comenzar el culto, se suelen tocar las campanas de la iglesia, haciendo un llamado a la comunidad a reunirse en la casa de Dios para confesarse, escuchar la Palabra, recibir sus dones y Sacramentos y su bendición. El sonido de las campanas nos recuerda al gran estruendo que se escuchó en Jerusalén para el día de Pentecostés y la venida plena del Espíritu Santo (Hechos 2:1-4). Ese estruendo hizo que una gran muchedumbre se reuniera fuera de la casa donde estaban los discípulos y apóstoles de Jesús. Allí, con la predicación de éstos y la conversión y bautismo de unas 3.000 personas, comenzó la Iglesia Cristiana. Hoy en día, las campanas representan para nosotros ese sonido causado por el Espíritu Santo que viene a entregarnos la sabiduría y los dones de Dios para que podamos completar la misión que Dios nos ha dado (ver Mateo 28:18-20; Hechos 1:1-14, 2:1-47). La tradición nos dice que se tocan las campanas para convocar a la comunidad (15 min. antes del culto), al comenzar el culto, durante la oración del Padre Nuestro (para que los que están “afuera” también se unan a la oración) y al finalizar el culto. De esta manera no sólo llamamos a que la comunidad cristiana se reúna, sino también invocamos la presencia del Espíritu de Dios en ese llamado, en la entrada, durante, y a la salida del servicio, quedando la presencia de ese Espíritu en nosotros. Mientras las campanas suenan nos ponemos de pie como si entráramos todos al mismo tiempo y saliéramos todos también juntos del templo, guiados por el pastor.

♦ Preludio

El Preludio, al igual que el Postludio tiene la función de preparar nuestros sentidos y espíritu para la celebración religiosa. En este caso, el preludio nos da un espacio para reflexionar sobre nuestras acciones durante nuestra semana, el día anterior, o de toda la vida, permitiendo una conexión necesaria entre Dios y nosotros. Si aprovechamos este tiempo de preludio, acompañados siempre de una música que colabora con este proceso, podremos estar mejor preparados para confesar nuestros pecados, recibir el ansiado perdón de Dios mediante nuestra Confesión y arrepentimiento, escuchar su Palabra y recibir su Santa Cena.

♦ Invocación

       P  En el nombre del Padre, del † Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

La única manera adecuada de comenzar el culto es en el Nombre del Dios Trino. Todo lo que sigue es para glorificar a Dios, aprender de Él y recibir sus dones de gracia. Este es el motivo por el cual el pastor oficia y la razón por la cual la congregación está reunida. El oficiante saluda a toda la comunidad utilizando una fórmula trinitaria tomada de 2ª Corintios 13:14.

Así como cuando un pueblo celebra su aniversario pone carteles en los caminos y lo anuncia para que nadie se pierda la celebración, para nosotros los cristianos, ese cartel que está sobre nuestras vidas es el Nombre trinitario de Dios. Ese Nombre fue pronunciado cuando el agua bautismal se derramó sobre nosotros, y en Él fuimos hechos hijos e hijas de Dios. De aquí que cada vez que escuchamos las palabras  «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», recordamos nuestra conversión a la fe cristiana, el recibimiento de un nuevo nacimiento y la constante renovación de nuestras vidas en el Espíritu Santo. La Invocación dirige nuestro ser hacia nuestros orígenes: nos reunimos en Nombre del Dios Trino; del Dios que se revelado al mundo como Padre, Padre y Creador de todo y todos; como Hijo que vino a buscar la comunión con nosotros y dar su vida para darnos vida en abundancia, y como Espíritu Santo sostenedor de toda la Creación y de toda la Iglesia. Se hace la señal de la cruz U cada vez que mencionamos a Dios Trino en cuanto es el gesto “visible” de ese Dios que se revela a nosotros y por el cual obtenemos nuestra vida, sustento y esperanza. La señal de la cruz puede hacerse por el pastor u oficiante P hacia el pueblo reunido o ser una persignación propia.

Nuestra respuesta al nombre de Dios está contenida en una sola palabra: «Amén». Los creyentes del Antiguo Testamento usaban esta palabra hebrea para terminar una oración. Los cristianos del Nuevo Testamento continuaron diciendo y cantando «Amén», y la Iglesia ha mantenido esta práctica desde entonces. «Amén» significa un «¡Sí!» enfático (literalmente «Que así sea»). Diciendo «Amén» aceptamos y creemos en la Trinidad de Dios que acabamos de escuchar; decimos un “Sí” seguro a la Invocación recién pronunciada. Decimos fuerte: «Amén» : «¡Sí! Esta es mi fe, mi confianza y mis pensamientos. Que así sea».

♦ Verso

P  «¡Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo los cielos y la tierra!»

Estamos reunidos en el Nombre de Dios, y necesitamos ahora saber más sobre ese Dios que nos llama y une en su fe. Así decimos: «¡Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo los cielos y la tierra!» (Salmo 124:8) o también: «¡Nuestra vida espera en el Señor; Él es nuestra ayuda y nuestro escudo!»   (Salmo 33:20). Con este verso, se consolida la visión que tenemos de Dios al reconocer que vinimos a alabar al Dios Creador; al verdadero; al que nos ayuda y que está siempre con nosotros; al Dios que nos ama y nos perdona; el que nos busca para vivir por, con y en nosotros.

♪ Himno de Entrada

El Himno de Entrada, introduce la temática central del culto, apoyando el mensaje de la predicación. Toda la comunidad reunida comienza su culto de adoración al Señor Todopoderoso con cánticos y alabanzas. Este primer himno puede ser cantado tanto al comienzo de la celebración, como luego de la absolución, que es donde realmente comienza el culto a Dios, con la Liturgia de la Palabra.

♦ Voto Bíblico o Introito

El Introito (= introducción, entrada) o Voto Bíblico cumple la función de introducir al día del culto con una lectura bíblica. Esta lectura se toma específicamente del Salmo del día, o si no, de algún otro versículo que corresponda con el mensaje del día. Se suele comenzar esta lectura diciendo: «Así está escrito…», haciendo énfasis en la presentación de la Palabra de Dios en el culto. El Salmo es experiencia viva de fe con Dios de un hombre (el salmista) que tiene las mismas penas, dolores, desesperanza e impotencia que cualquiera de nosotros; pero al mismo tiempo, entrega todas esas emociones a su Dios, confiando en Él y poniendo toda su esperanza en Él. Este Voto Bíblico contextualiza la experiencia de Dios hacia nosotros; Dios que se ha presentado como Padre, Hijo y Espíritu Santo; que es nuestra ayuda y el escudo en nuestra vida; y ahora sabemos que interviene en la vida de los que en Él creen para darles paz, confianza y esperanza. Esta experiencia real de fe en la Biblia nos conmueve y eso nos lleva a dar gracias y alabar a Dios, por su amor, grandeza y misericordia. Por eso se exclama al finalizar el Voto Bíblico: «¡Adoremos al Señor!», esperando la unión de la comunidad en la experiencia de fe quienes contestan cantando alabanza a Dios dando gloria a Dios.

♦ Gloria Patri

  Gloria sea a Dios Padre y al Hijo el Salvador, y al Espíritu Santo de Dios, por los siglos de los siglos. Amén

La comunidad reunida responde a la Palabra de Dios y la experiencia de fe del salmista ensalzando su Nombre y cantando en su honor. Con el Gloria Patri (= Gloria al Padre en latín) reconocemos la Trinidad y eternidad de Dios en su revelación como Padre, Hijo y Espíritu Santo a lo largo de la historia en nosotros y en toda la Iglesia. Con el Gloria Patri también reconocemos que estamos celebrando gracias a Dios y que todo lo que somos y tenemos, se lo debemos también a Dios.

♦ Confesión de Pecados

Esta parte del culto luterano, data de 1524, o sea, de los primeros días del movimiento reformador iniciado por Martín Lutero. Los primeros reformadores instaban a que las personas continuaran yendo a la confesión privada como se había hecho en el pasado, pero como ya nadie iba a confesarse debido a la corrupción latente de los clérigos de la iglesia, se hizo de éste un asunto comunitario y se adaptó al culto de modo que haya una Confesión de Pecados y Absolución comunitaria y preparatoria para escuchar la Palabra y recibir los Sacramentos.

La Confesión de Pecados inicia confesando y reconociendo nuestro Pecado Esencial, es decir, nuestra pecaminosidad natural e inherente parte de nuestra naturaleza y tendencia a rebelarnos contra Dios. En la Confesión, entregamos en las manos de Dios tanto aquellos pecados y egoísmos que hicimos como también aquello que no hicimos y sí deberíamos haber hecho; es decir, confesamos tanto los pecados de comisión como los de omisión. Sabemos que no podemos ocultar nuestro verdadero ser de nosotros mismos ni de Dios. Sabemos en dónde hemos herido y en donde hemos pecado, y el rol que hemos tenido en herir a otros, a veces a pesar de nosotros mismos y a veces a causa nuestra. No tiene sentido ocultar todo esto de Dios, ya que de todas formas Él lo sabe y conoce lo que hay dentro de nuestro corazón. Esas heridas y pecados son en gran parte la causa por la que necesitamos tanto el amor de Dios y nos presentamos ante él con humildad y esperando su perdón, de modo que podamos renovar nuestras vidas y ser mejores cristianos cada día, como Dios mismo quiere que seamos para nuestro propio bienestar integral. Estamos en el mundo para ser felices y Dios busca esa felicidad en nosotros, y es por eso que debemos confesar nuestros pecados, de modo que podamos aprender de Dios y sacar aquello que tanto mal nos hace.

Con la Confesión reconocemos que no hemos amado a nuestro prójimo como deberíamos. Dios sabe todo esto, pero para nuestro bien y crecimiento personal necesitamos confesarlo y estar dispuestos a mejorar. No es nuestra bondad lo que le presentamos a Dios sino nuestras falencias, errores y pecados. De ahí que nuestra Confesión debe provenir desde lo más profundo y sincero de nuestro corazón, y debe estar revestida de arrepentimiento y humildad, confiados en la misericordia y perdón de Dios. Sabemos que su amor y fidelidad va más allá de nuestras faltas. Su amor, inmerecido por nosotros, pero que Dios da por su gracia, nos puede liberar del castigo de nuestros pecados. Porque a través del sufrimiento y la muerte de Jesucristo, Dios mismo dio el paso crucial, para que sepamos que Él conoce el dolor, el sufrimiento, la desesperanza, el abandono e incluso la muerte. Jesús tomó el castigo de nuestro pecado sobre Él mismo para que nosotros podamos tener vida y ser transformados por Él hacia una nueva experiencia de fe por nuestro propio bien, paz y felicidad. Él se hizo hombre y sufrió en la cruz del Calvario para ser como nosotros y empatizar en todo aquello que nos da dolor y temor. Así, a través de Cristo, Dios nos da el perdón de nuestros pecados, de modo que ese perdón esté fundando en la fe y no en nuestras propias fuerzas ni capacidades, sólo para nuestro propio bienestar y vida plena.

♦ Kyrie eleison

P  ¡Señor, ten piedad de nosotros!

  Ven Jesús, no tardes Señor, trae tu amor.
Oh ven Se
ñor, de mí ten piedad. Dame tu gracia.

Ven Jesús, no tardes Señor, trae tu pasión.
Oh ven Señor, de mí ten piedad. Dame tu gracia.

Ven Jesús, no tardes Señor, trae tu perdón.
Oh ven Señor, de mí ten piedad. Dame tu gracia.

La oración que llamamos Kyrie eleison (= Señor, ten piedad en griego) nos conecta con Dios que es nuestra ayuda eterna. Pocas palabras además de «Señor, ten piedad» (Marcos 10:48) resumen todas nuestras plegarias a Dios, que tiene el poder de ayudarnos, perdonarnos y renovarnos constantemente. En tiempos del Imperio Romano, Kyrie eleison, era también un grito que la gente usaba en los caminos públicos cuando pasaba un emperador. La frase pedía que esa persona poderosa tuviera misericordia, es decir, tuviera misericordia en su corazón. Era el grito desesperado de una persona desvalida ante un ser mucho más poderoso que ella, algo así como el pedido de un indulto por parte de un convicto.

Para los cristianos, la misericordia es mucho más de lo que se puede esperar; es un regalo de un Dios que es Todopoderoso hacia nosotros que somos sus creaturas. Por eso en esta plegaria, nosotros le pedimos a Dios, que es quien tiene todo el poder, que nos favorezca y nos perdone, aunque sabemos que no lo merecemos, pero confiamos en que como quiere lo mejor para nosotros nos dará su perdón y nueva vida, porque lo pedimos con fe y confianza en Él, reconociendo que sólo Él tiene el poder de dar ese perdón y renovar nuestras vidas.

El Kyrie eleison puede tomar a veces la forma de una Letanía, una oración compuesta de una serie de peticiones. La gente responde a cada petición con un pequeño estribillo, normalmente diciendo: «Señor, ten piedad». Estas palabras de la comunidad muestran que lo que el oficiante acaba de pedir es también su propia plegaria y se unen en sentimiento a ella.

«Señor, ten piedad» nos dice que vivimos siempre bajo la misericordia de Dios. Este grito de súplica nos ayuda a reconocer al mismo tiempo que Dios está por sobre de todo y es Todopoderoso; que Él está con nosotros como Padre y Madre en su infinito amor y misericordia; y que nos busca para perdonarnos y darnos vida.

♦ Absolución

P  El Señor en su infinita misericordia, por la obra de Cristo en la cruz y por nuestro arrepentimiento y confesión, nos concede el perdón U de nuestras faltas y egoísmos, y nos conduce a la Vida Eterna. Amén.

La Absolución, es decir, la declaración del perdón por medio de la gracia de Dios, se lleva a cabo en cumplimiento de las promesas de Dios y obra mediadora de Jesucristo, mediante el cual nosotros, los que creemos en Él, podemos obtener el perdón. A quienes verdaderamente han confesado sus pecados y se arrepienten de corazón, el pastor les expresa el perdón que viene sólo de Dios gracias al amor revelado en Jesucristo, en su muerte y resurrección. El hecho de sentirnos perdonados por Dios, a través de Jesucristo, es uno de los sentimientos más hermosos que nos entrega la vida de fe, y al mismo tiempo, el inicio de una transformación de nuestras vidas volcándonos hacia Dios y al cumplimiento de sus mandamientos, únicamente buscando servir a Dios y nuestro propio bien y el de los demás. A partir de aquí, nuestra vida toma un nuevo rumbo y con el corazón limpio y en paz, podemos gritar, junto con toda la Iglesia en el mundo: ¡Gloria a Dios en las alturas!

♦ Gloria in excelsis Deo

P  ¡Gloria a Dios en las alturas!

  Gloria a Dios en las alturas. Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad y amados por el Señor del cielo. ¡Gloria en las alturas!

La canción más antigua usada para el himno de alabanza a Dios es el Gloria in excelsis Deo (= Gloria a Dios en las alturas en latín), que nos recuerda el canto de los ángeles y pastores el día del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo, ofreciéndole alabanza como el Hijo de Dios que viene a dar su vida por nosotros y a unirnos con Dios para el perdón de los pecados y la vida eterna a través de la fe en Él («Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad», Lucas 2:14). Al unirnos en el canto de este himno, nos unimos en sentimiento a los pastores que recibieron la mejor noticia jamás recibida por alguien: «El ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo Buenas Noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor”» (Lucas 2:10-11).

La canción de los ángeles invita a todo el que oye el mensaje del Evangelio a dar gloria a Dios. Los ángeles también anunciaron que el recién nacido Jesús traía el regalo de la paz, la paz de Dios, transformando y capacitando a las personas para el amor a Dios y a sus prójimos. Este es un regalo maravilloso, un regalo que sólo Dios puede dar, y Él lo da a través de Jesús, su Hijo muy querido. Ahora podemos decir que estamos preparados para escuchar la Palabra de Dios y recibir su interpretación y mensaje a través del Sermón.

En Cuaresma se pospone esta alabanza como modo de preparación para recibir la Pascua de Jesús. Al no cantar el Gloria a Dios en las alturas, nos estamos preparando para cantarlo con gran energía y júbilo el día de la Resurrección para el domingo de Pascua en Semana Santa.


♦ Liturgia de la Palabra ♦


♦ Oración Colecta u Oración de la Palabra

Con la Oración somos invitados a conversar con Dios Padre por Jesucristo. Él, por lo tanto, es el centro de la conversación (siendo toda la liturgia esta conversación). Cómo dijo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Por eso, «Mi Padre les dará lo que ustedes le pidan en mi nombre» (Juan 16:23). Cómo Dios Padre conoce a Jesús, el Padre escucha y responde cuando nos acercamos “en nombre de Jesús”, entendiendo que nosotros creemos y confiamos en Jesús como nuestro único Mediador y Salvador que nos lleva al conocimiento y experiencia de Dios.

Con la oración Colecta empieza la Liturgia de la Palabra. Se llama así por ser un tipo de oración bien específica y concentrada, que tiene que “colecciona” o reúne los temas principales del día. Esto significa que esta oración está basada en las lecturas bíblicas que forman la base de la predicación de la Palabra, especialmente centrada en el mensaje del Evangelio, pidiendo a Dios que nos ayude a comprender ese mensaje y a hacernos parte de la misión de Jesús en la Iglesia.

Con la oración Colecta recordamos a Dios en toda su historia de salvación, su acción activa entre nosotros a lo largo de todos los tiempos y en todos los lugares. Como parte principal de esta revelación, Dios se mostró a sí mismo como el Dios Trino: nuestro Padre, el cual llega a nosotros a través del Hijo, en quien nosotros creemos por la acción de su Espíritu Santo. Por eso, muchas de las oraciones de la Iglesia escritas con gran cuidado y maestría, usan la forma de orar al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Basándonos en este íntimo conocimiento de Dios y de su Voluntad, le pedimos que use su poder para los hechos que reconocemos y que traemos a su atención. Es cierto que Dios puede y de hecho trata con estos problemas aún sin que nosotros se lo pidamos, pero el Señor quiere que nosotros nos acerquemos a Él con nuestras peticiones, para que Él pueda actuar a través nuestro y no en forma “mágica”: «Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; golpeen y la puerta se abrirá para ustedes» (Lucas 11:9). Claramente es un momento especial cuando el Pueblo de Dios reunido eleva sus pensamientos en oración.

Normalmente hay cinco partes en la oración Colecta. Esta oración incluye (1) un saludo, (2) una base de reconocimiento del poder de Dios para realizar la petición, (3) una petición específica para que Dios obre en nosotros y (4) un beneficio para los cristianos. La oración concluye con (5) una doxología o alabanza a Dios, que dice así: «te lo pedimos en nombre de tu Hijo Jesucristo nuestro Señor, que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios, ahora y siempre. Amén».

♦ Himno de la Palabra

Nos preparamos para escuchar las lecturas bíblicas entonando un himno que abra nuestros corazones hacia la Palabra de Dios. Normalmente este himno evoca la presencia e inspiración del Espíritu Santo en la Palabra proclamada y predicada, como fortalecimiento de la fe ante la revelación de Dios escrita en la Biblia.

♦ Lecturas de la Palabra

Escuchamos selecciones recitadas de las Escrituras, abarcando tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento y especialmente el Evangelio. El Leccionario Ecuménico que utilizamos nos da una gran variedad de lecturas de toda la Biblia (considerándola casi por completo). En el transcurso de 3 años estamos expuestos a un amplio y rico panorama de temas bíblicos, pudiendo en este tiempo escuchar aproximadamente el 80% de la Biblia.

Para la primera Lección o lectura bíblica se considera un texto de la tradición histórica, que corresponde a un texto del Antiguo Testamento o del libro de los Hechos de los Apóstoles en el Nuevo, y luego una Carta Apostólica también del Nuevo Testamento, finalizando con la corona de la revelación de Dios: el Evangelio. El Antiguo Testamento nos habla de la intervención de Dios en la historia humana y nos prepara el camino para la lectura del Nuevo Testamento como la gran revelación de Dios en Jesucristo y el comienzo de la vida de fe en la Iglesia Cristiana. Hoy en día sigue siendo importante que escuchemos las voces de los profetas, salmistas y creyentes anteriores a Jesús. Así, podemos comprender el contexto en el cual Jesús caminó y predicó las Promesas de Dios. Recordemos que los profetas fueron los guías espirituales llamados por Dios, para liderar la fe del pueblo elegido, Israel. En este pueblo se establecieron las bases de la fe y la vida comunitaria, preparándose para la venida del Mesías, Jesucristo.

La Historia de Salvación que comienza con las Promesas de Dios hechas a los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y confirmadas en Moisés y los profetas, tiene su continuación en el Nuevo Testamento. Es la misma persona de Jesús quien actúa como nexo entre el antiguo Pueblo de Israel y el nuevo Pueblo de Dios: la Iglesia. En la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús reside el Nuevo Pacto o Alianza que Dios tiene para hacer con toda la humanidad. Esta vez es una Alianza eterna y universal, para todos los que quieran vivir la fe formando el cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Las lecturas de la Biblia durante el Culto son como una llamada de Dios. Sabemos que la llamada es trascendental, porque viene de Dios y porque busca nuestro bienestar y paz. Dios mismo es la razón por la cual nos reunimos para adorar, y el recibir su llamada, es aquello que da sentido a nuestras vidas y fortalece nuestra fe. Dios tiene algo muy importante para decirnos y cada uno de nosotros puede decir desde su fe: “¡Dios está hablándome a mí! Siento su amor y quiero seguir sus mandamientos porque son mi alegría y mi bien

¿Qué lecturas se usan y cómo se eligen?

La Iglesia cristiana fue asignando a lo largo del tiempo, lecturas para cada domingo y también para las fiestas especiales, llegando a la confección de un calendario litúrgico anual.  Ese calendario se enfoca en la vida y enseñanza de Jesús, y con este fundamento, comparte contexto con lecturas del Antiguo Testamento y de cartas de los Apóstoles en el Nuevo, uniendo la vida de Jesús con las enseñanzas importantes de Dios en la vida del Pueblo de Israel y también a través de la Iglesia primitiva. Las lecturas son extraídas de tres secciones de la Biblia: 1) Antiguo Testamento y Libro de los Hechos de los Apóstoles (NT); 2) Epístola o Carta Apostólica del Nuevo Testamento; y 3) el Evangelio. Como parte de la liturgia, se lee o canta un Salmo para resaltar la experiencia personal de fe con Dios.

En las últimas décadas, el orden de lecturas más usado es el que  sigue un ciclo de tres años, designando los conjuntos de lecturas para cada año como:

  • «Ciclo A»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Mateo y porciones del Evangelio de Juan.
  • «Ciclo B»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Marcos y porciones del Evangelio de Juan.
  • «Ciclo C»: Establece la enseñanza de Jesús desde el Evangelio de Lucas y porciones del Evangelio de Juan.

Como se ve, las lecturas se distribuyen por los Evangelios “Sinópticos” (= más similares y paralelos) y a lo largo de los 3 años se lee el Evangelio de Juan.

Cuando los primeros cristianos se reunían para adorar, probablemente seguían la forma de adoración usada durante largo tiempo por el Pueblo de Dios, alternando entre alabanza, oración y la lectura de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Pero ahora Dios se había revelado en su Hijo Jesús; por eso la Iglesia puso a Jesús en el centro de su adoración, leyendo lo narrado en el Evangelio acerca de su vida, obra, muerte y resurrección. Sin embargo, como los apóstoles pronto percibieron, no todos comprendían, en la naciente Iglesia, lo que había dicho y hecho Jesús, ni las implicancias radicales para la vida diaria del cristiano. A veces dudaban u olvidaban lo que les había sido enseñado y otras veces se perdían o entraban en pánico debido a las persecuciones de los romanos o ante las creencias contrarias a la fe cristiana. Es por eso que el Apóstol Pablo y otros apóstoles escribieron cartas (Epístolas) a las iglesias y pidieron que las cartas fueran leídas cuando las comunidades se reunían para adorar, con la intención de fortalecer la fe de los cristianos y darles valor para mantenerse unidos en Dios. Por ese motivo, cuando una Epístola es leída hoy, esperamos un lineamiento directo y un camino a seguir en la vida cristiana. Como las cartas responden a problemas particulares de cada comunidad de la Iglesia cristiana primitiva, es necesario que sean leídas entendiendo su contexto (autor, fecha de redacción y problemáticas específicas de la Comunidad destinataria); de este modo, podremos ver que las tribulaciones de la Iglesia antigua, no son tan distintas a las nuestras hoy.

♦ Aleluya

P  ¡Aleluya!

    Alaben al Señor, alaben al Señor, pueblos todos. ¡Aleluya!
Alaben al Señor, alaben al Señor, pueblos todos. ¡Aleluya!

El Aleluya es una interrupción a las lecturas de la Biblia, que nos prepara para escuchar el Santo Evangelio, la Buena Noticia de Jesús, el fundamento de nuestra fe y conocimiento de Dios, y lo que da sentido a nuestra relación con Él. Esto es claramente visible en el canto general para todos los domingos excepto en tiempo de Cuaresma.

«Aleluya» significa en hebreo “Alaben al Señor”. Es un momento de alabanza por lo que Dios hizo en el mundo a través de Jesucristo: darnos la Vida eterna para todos lo que creen y confían el Él. Usualmente este Aleluya es cantado por toda la Comunidad en preparación para la lectura del Evangelio. En Cuaresma se pospone esta alabanza como modo de preparación para recibir la Pascua de Jesús. Al no decir el Aleluya, nos estamos preparando para cantarlo con gran energía y júbilo el día de la Resurrección para el domingo de Pascua en Semana Santa.

Es cierto que Dios se revela en todas las Escrituras leídas durante el Culto o Misa, pero el Evangelio nos acerca Jesús mismo, nuestro Redentor, el que nos trae directamente la comunión con el Padre. Es por eso que antes de escuchar la lectura del Evangelio, ofrecemos una palabra de alabanza con el ¡Aleluya! Cuando el Evangelio es anunciado, la congregación puede responder “Gloria a ti, Señor Jesús”. Esta pequeña, pero concisa confesión da la bienvenida a nuestro Señor Jesucristo que viene vivo hacia nosotros en su Palabra para llegar directo a nuestros corazones. Él está verdaderamente ahí y nos está hablando a nosotros. Cuando la lectura concluyó, damos gloria diciendo: “Alabanza sea a Ti, oh Cristo” o mostramos la confianza en la Palabra de Dios diciendo: “Amén”.

El Evangelio es el punto máximo en la serie de lecturas. La lectura del Antiguo Testamento comenzó a movernos hacia el Evangelio. El Salmo brindó un momento de alabanza, reflexión y experiencia de fe. La Epístola nos recordó lo que significa ser cristiano y vivir en Comunidad. El Aleluya dio una alabanza preparatoria para escuchar el Evangelio, las palabras del mismo Jesucristo habitando entre los seres humanos. Este es el momento de máxima revelación de Dios hacia el cual el culto nos va llevando.

Como símbolo de reverencia por estar en la presencia de nuestro Salvador, normalmente nos ponemos de pie para la lectura del Evangelio, aunque esto no quita que por respeto y alabanza a toda la Palabra de Dios, permanezcamos de pie durante todas las lecturas. En ocasiones especiales, una procesión puede llevar la lectura del Evangelio al centro de los fieles. Si se hace, esta acción dirige la atención al momento especial en el cual el Evangelio es leído; y leerlo en el medio de todos nosotros nos recuerda que el Evangelio pertenece a todo el Pueblo de Dios y es el centro de nuestras vidas. Si bien el Evangelio debe ser  leído por el pastor que preside la celebración, como representante de Cristo, el Evangelio nos pertenece a todos. El Señor le habla allí a todo su pueblo y por la fe reconocemos su voz. No es un mensaje común por eso centramos nuestra atención y recibimos su mensaje con alegría y con un corazón abierto y sincero.

♦ Sermón, Prédica u Homilía

El Sermón es la Palabra de Dios contextualizada, interpretada y aplicada a nuestros días. Es el Evangelio sembrado en el corazón de cada uno. El predicador lo comparte como representante de Cristo y en persona de Cristo (in persona Christi), por lo cual no sólo los pastores pueden predicar sino también todo laico comprometido que haya estudiado la Palabra y sienta el llamado de Dios para ejercer el ministerio de la predicación (con la autorización del pastor y Directorio de la comunidad). En las Iglesias Luteranas se tiene la tradición de ejercer la dinámica de “ley y Evangelio” en la predicación, lo cual significa que a través del sermón, se presenta a los oyentes la “ley de Dios”, sus mandamientos, con los cuales nos damos cuenta de que necesitamos de Dios para poder mejorar como personas. A través de la ley también nos damos cuenta de que somos pecadores y que sin Dios estamos condenados a una vida de egoísmo y vanagloria. Cuando nuestro espíritu se eleva al conocimiento de la necesidad que tenemos de Dios, viene la segunda parte, el Evangelio, el bálsamo misericordioso de Dios que nos dice: “Dios te ama y te busca para que creas en Él y transformes tu vida para encontrar paz”. En el Evangelio, es Cristo mismo el que nos muestra a Dios Padre y el camino de la vida en la fe hasta la vida eterna en la resurrección. Así, el predicador/a anuncia que el Reino de Dios está presente entre nosotros y que tenemos que arrepentirnos y creer en Cristo para poder vivir una plena comunión con Dios. El sermón también revela y explica la acción de Dios entre nosotros para que maduremos en nuestra vida cristiana y seamos mejores cristianos cada día, con más amor al prójimo y siendo más consecuentes con nuestra fe.

El sermón que nos mueve hacia la fe se asemeja a las buenas noticias que un reportero puede anunciar. El que predica está reportando sobre los eventos de las Escrituras y su implicancia para nuestras vidas. Sabe que son verdad y quiere hacer que todos conozcan la Buena Noticia de la venida de Dios al mundo por puro amor a la humanidad. Los sermones enfatizan el mensaje de salvación. Por naturaleza todos los seres humanos somos pecadores, estando todos imposibilitados de ser buenos cristianos por nuestros propios medios. Si bien muchos son reticentes a creer en el estado de inherente pecado en el cual vivimos, sólo hay que ver nuestro mundo y nuestros propios pensamientos y acciones para darnos cuenta que sin el apoyo y dirección de Dios, no podemos ser mejores personas ni dejar de pecar constantemente (considerando que “pecado” no es sólo matar o mentir, sino también cada pensamiento o acción que va en contra de Dios, de nuestros prójimos o de uno mismo). Ante esta situación, Dios prometió que enviaría un Salvador; así lo anunció a través de los Profetas y así lo llevó a cabo a través de su Hijo, Jesucristo. Y Jesucristo realmente nos salvó: a través de su nacimiento, su ministerio, su muerte en la cruz y su resurrección de entre los muertos, nos salvó de la auto-condena de una vida sin Dios, y nos abrió la posibilidad de tener el ejemplo vivo de fe y esperanza, que conduce nuestras vidas y nos transforma para nuestro propio bien. Cuando el predicador/a proclama este mensaje, está llamando a todos a reconocer su pecado y aceptar el perdón y la salvación en Jesús, mediante una transformación en sus vidas hacia un mayor amor a Dios, al prójimo y a uno mismo. Si lo hacemos, las bendiciones que Dios ha preparado para nosotros ya son nuestras, ahora y en la eternidad.

A través del sermón, el cristiano debe ser estimulado a crecer en un estilo de vida en confianza con Dios y en servicio a Dios en el mundo. Los creyentes necesitamos entender que nuestra fe en Dios nos da el poder para cambiar la forma en que conducimos nuestras vidas y el mundo entero. Necesitamos ser fuertes ante la tentación y al mal que rodea continuamente nuestras vidas para no repetirlo, sino más bien, conducirnos por el amor de Dios. Necesitamos sentir la actuación del Espíritu Santo en nosotros para que produzca los frutos a través nuestro: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22-23) y traer alegría a quienes nos rodean y a quienes necesiten de Dios.

El sermón, entonces, es una forma en que a través del Espíritu Santo se nos confronta y advierte de nuestros pecados y falencias (Ley) y se nos ofrece perdón, salvación y vida eterna (Evangelio). Tal como Dios en las Escrituras habló a su pueblo que sufría penas y dolores, del mismo modo Él nos conoce y nos habla a nosotros hoy sobre nuestras preocupaciones y dolores para darnos alivio y esperanza. Qué adecuado es, entonces, orar silenciosamente al final del sermón, meditar sobre su Palabra y ver cómo aplicarla a nuestra vida.

  Himno del día

El himno principal del Culto viene luego Sermón. Por su lugar especial, el Himno del Día es seleccionado para complementar y reforzar la predicación del Evangelio. Continúa pensamientos y exhortaciones similares del Evangelio y la predicación. Puede aplicar las enseñanzas del Evangelio a nuestras vidas o alabar a Dios por sus acciones reveladas en el mismo Evangelio. El objetivo es que la Buena Noticia de Jesús sea presentada tres veces: en la lectura del Evangelio, en el Sermón y en el Himno del Día. Así, por cualquiera de estos tres caminos, nuestros corazones son abiertos por el amor, la fe, el perdón y la bendición de Dios revelado en Jesucristo.

♦ Credo

Confesamos nuestras faltas con arrepentimiento y compromiso de dejarnos transformar por Dios, quien nos habla a través de su Evangelio y nos lo explica mediante el Sermón. Luego reflexionamos sobre aquello entonando el himno del día, y una vez finalizado este proceso, estamos listos para Confesar nuestra Fe con el Credo. Con el Credo respondemos al grandioso amor mostrado por Dios a lo largo de la historia y ahora mostrado personalmente a cada uno de nosotros durante el Culto. Todos los cristianos nos unimos en una sola voz para responder a Dios confesando públicamente nuestra fe con las palabras del Credo.

La Iglesia Luterana, como parte de la Iglesia de Jesucristo de todos los tiempos y lugares, comparte con la Cristiandad histórica y tradicional los tres Credos Ecuménicos (= “Ecuménicos” en cuanto representan a la comunión de todo el cristianismo, del griego oikouménē = comunión universal): el Credo Niceno-Constantinopolitano, del año 325 y modificado en 381; el Credo Atanasiano (de origen incierto, cerca del siglo V o VI); y el Credo Apostólico (cerca del siglo VII). Cuando los cristianos confesamos uno de estos Credos, afirmamos lo que nos une en Cristo, nuestro Bautismo en nombre de Dios Trino, nuestra fe en Dios Trino, nuestra salvación por medio de la fe en Cristo y la gracia de Dios. En el Credo todos los cristianos somos uno en Cristo y uno en la fe esencial.

Los Credos nacen de la necesidad de la Iglesia antigua por contar con una doctrina clara en cuanto a las creencias incuestionables de la fe cristiana. Ante las arremetidas de diferentes movimientos no-cristianos, los obispos de la época se reunieron durante mucho tiempo hasta encontrar la solución a las diferentes y dudas que acontecían a la Iglesia. Esta solución era representada mediante un Credo, el cual explicaba lo que era correcto creer y lo que no, algo imprescindible para que la Iglesia pudiera crecer sin ser dividida ni corrompida por falsas interpretaciones o creencias.

Los Credos no son extractos de la Biblia, sino son tratados teológicos que intentan resumir la doctrina y el mensaje que hay en la Biblia. No contienen todo lo que dice la Biblia, ni pretenden hacerlo, sino que mencionan las creencias básicas que nos unen a todos los cristianos, como lo son: la fe en Dios Trino; la humanidad y divinidad de Jesucristo el Hijo de Dios, su vida, muerte y resurrección; la virginidad de María; el Espíritu Santo; el perdón de los pecados; la Comunión de los Santos (= bautizados), etc. Cuando nosotros, los creyentes, confesamos nuestra fe a través del Credo, reafirmamos todos juntos lo que sabemos de Dios y nos unimos como una sola Iglesia universal. De aquí que cuando decimos el Credo no estamos orando, sino que estamos confesando nuestra fe, es decir, dando testimonio de nuestra fe de una manera sencilla y resumida. Dada la importancia del Credo, nos ponemos de pie para realizar esta confesión.

Usualmente en los cultos utilizamos el Credo Apostólico, ya que es el más resumido de los tres y nos presenta una doctrina trinitaria bastante explícita. Primero, reconocemos que Dios Padre hizo todo lo que existe en la tierra y en el universo, y que éstas son muestras de su infinito poder y su amor por la humanidad. Luego describimos a su Hijo Jesucristo que es Dios y hombre, que vino a la tierra para acercarnos a Dios, y que fue crucificado por obediencia a Dios para abrir el reino de los cielos y la vida eterna por todos nosotros. A pesar de haber muerto, haber sido sepultado y haber sentido incluso la “lejanía de Dios” (= el infierno, del latín Infernos), Jesús se levantó de entre los muertos y subió al cielo dando paso a la resurrección de los muertos; la mayor esperanza cristiana de una vida en completa comunión con Dios a través de la fe en Cristo. Ahora es Él quien rige toda la Creación y vendrá de nuevo a juzgar (= justificar, hacer justos por la fe) a todos, vivos y muertos, para llevarnos con Él hacia la vida eterna. Finalmente, confesamos que el Espíritu Santo también es Dios y actúa en el mundo inspirando y fortaleciendo en la fe a los seres humanos. A través del Espíritu Santo, Dios mantiene la Santa Iglesia Cristiana y la Comunión de los Santos. Por la fe que el Espíritu Santo nos otorga en el Bautismo y por la presencia real de Cristo que recibimos en la Santa Cena, esperamos ser levantados de entre los muertos a la imagen de Cristo, en el último día, en una sola gran comunión, para vivir eternamente en comunión plena con Dios y junto a todos sus santos.

El Credo Apostólico es confesado todos los domingos y también en los Bautismos. Martín Lutero utilizó este Credo en sus Catecismos para enseñar los fundamentos de la fe cristiana.

El Credo Niceno es el más antiguo y nace como la solución ante la problemática de la Iglesia en los primeros siglos con los movimientos llamados arrianos y gnósticos, que dudaban de la doble naturaleza de Cristo, totalmente Dios y totalmente ser humano al mismo tiempo. Así, enfatiza que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre; por eso tiene que ser seguido y adorado.

El Credo de Atanasio es poco usado en las liturgias, en cuanto es el más extenso y teológico.

♦ Oración General de la Iglesia: las Plegarias

Finalizada la confesión de fe, continuamos nuestro diálogo con Dios mientras nos preparamos para la Santa Comunión. Seguros de que Dios está realmente presente cuando nos unimos en comunidad para alabarlo y escuchar su Palabra, confiamos ahora en que Dios también escucha y responde a nuestras oraciones y súplicas.

La Oración General de la Iglesia u Oración de Intercesión es el momento dado por Dios para unirnos en oración por nuestras necesidades personales y comunitarias. Es un momento muy importante en el servicio divino, ya que oramos por la Iglesia, por el país, por el mundo, por los enfermos, los excluidos, etc., y también por las necesidades especiales de cada uno. En esta oración, el Pueblo de Dios perdonado, renovado e instruido en la Palabra de Dios, ora para que el buen Dios bendiga a toda su Iglesia y a los que trabajaban con amor y fe en ella; para que Dios ayude a quienes lo necesitan; para que ilumine a los gobernantes; para que alimente a los que tienen hambre y sed; y para que dé esperanza a los que sufren y fe a los que no pueden creer.

Este espacio de oración puede gozar de un momento de oración personal en silencio o en voz alta. También se puede utilizar un formato antifonal que permita participar a todos los presentes. De esta forma, el oficiante comienza con una invitación a orar y luego dice las intenciones particulares. La congregación es invitada a responder, indicando que ellos también están orando las mismas intenciones, diciendo: «Escúchanos, Señor, te rogamos» o «te suplicamos Señor». Usualmente, la oración finaliza con las palabras del oficiante encomendando a Dios todo lo que fue pedido y ofreciendo la oración del Padre Nuestro en el nombre de Jesucristo.

† El Padre Nuestro

El Padre Nuestro es la oración perfecta. Jesús mismo nos enseña cómo orar. Sus palabras se convierten en nuestras palabras. Sus pensamientos guían nuestros pensamientos y nuestras vidas hacia la verdadera fe y el correcto actuar desde la fe en el mundo. Así decimos:

  • Padrenuestro que estás en los cielos: reconociendo que Dios es nuestro Padre y creador de todas las cosas, orándole como sus hijos e hijas amados por Él.
  • Santificado sea tu nombre: queremos que el nombre de Dios sea santo, sagrado, un gran tesoro para toda la humanidad. Es santo entre nosotros, cuando le honramos con nuestras vidas al creer y obrar como verdaderos cristianos.
  • Venga a nosotros tu Reino: nuestro Dios y Padre celestial rige el mundo y queremos que también reine en nuestros corazones. El mal no debe vencernos, y por eso pedimos a Dios que se haga presente en toda su majestad y amor en nuestras vidas, dándonos poder a través de su Palabra y su fe, para vencer las tentaciones. Que el Reino de Dios venga a nosotros implica vivir en comunión con Cristo y vivir en este mundo confiando en Él y disfrutando de su amor y cuidado constante.
  • Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo: queremos que se haga siempre la voluntad de Dios por sobre la nuestra. No queremos que el mundo sea gobernado por el egoísmo humano, sino por el amor y la entrega de Dios. Sabemos que Dios hace lo que es mejor para nosotros y confiamos en que su voluntad debe hacerse para que encontremos la paz y la felicidad en nuestras vidas. Si en el cielo los ángeles obedecen a Dios, queremos que ocurra lo mismo con nosotros acá en la tierra, y así vivir como si estuviéramos en el “cielo”, confiados plenamente en sus promesas de vida y vida eterna.
  • El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy: miramos hacia Dios para poder suplir nuestras necesidades básicas. Incluimos todas nuestras necesidades en la palabra “pan”: comida, vestimenta, salud, familia, ocupación, amigos, protección, justicia, etc. Queremos que sea Dios quien provee y no nosotros por nuestros propios medios. Necesitamos de la ayuda de Dios para lograr nuestras metas y vivir en el mundo hoy sin caer en frustraciones ni desesperación. Al mismo tiempo queremos que Dios nos utilice como instrumento suyo para alimentar a los hambrientos de fe y de pan material.
  • Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: a menudo nos molestamos por las falencias y pecados de los demás, pero queremos aprender a perdonar a quienes nos ofenden y a quienes están en “deuda” con nosotros. Con estas palabras reconocemos que estamos en una “deuda de amor” con Dios y con nuestros hermanos y hermanas; nos damos cuenta que no hemos sido tan buenos como creemos y que no hemos hecho todo lo que la fe nos dicta en el corazón, por lo cual estamos en deuda con los demás. Pedimos a Dios que nos perdone, y al mismo tiempo nos comprometemos a actuar igual con nuestros prójimos.
  • Y no nos dejes caer en la tentación: El mundo a nuestro alrededor quiere que corramos tras las riquezas y el poder. Nuestros propios deseos nos hacen tropezar y caer en esas tentaciones. Nuestro propio pecado y duro corazón hace que perdamos nuestra confianza y esperanza en Dios. Por eso imploramos la ayuda de Dios para que nos fortalezca en su fe y no permita que caigamos en la tentación de creernos dioses y de hacer mal a nuestros prójimos o a nosotros mismos.
  • Mas líbranos del mal: El mal y el pecado son inherentes a nosotros y no podemos dominarlos por nuestros propios medios. Por eso le pedimos a Dios que nos ayude a poner a Cristo en el centro de nuestras vidas y no a nuestro propio ego que nos hace creernos como dioses y superiores a los demás. Sólo Dios puede mantenernos a salvo de nosotros mismos y transformar nuestros corazones y pensamientos para el bien propio y de toda la humanidad. Pedimos más fe para seguir siempre firmes en el camino de justicia, verdad y amor, y cuidarnos de todo lo que nos aleja de Dios.
  • Porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén: Reconocemos finalmente que Dios es el único Señor todopoderoso, que rige sobre todo lo que existe y por toda la eternidad. Dios es el único que merece la gloria y el honor sin fin. Con una afirmación contundente: «Amén», declaramos, «que así sea». Esta última frase es una doxología, es decir, una alabanza al Señor. No forma parte del Padrenuestro en sí mismo, y debe su origen a un agregado posterior. Tampoco Lutero la incluyó en las ediciones originales de sus catecismos. Sin embargo, es una muy buena forma de terminar la oración que nos enseñó el Señor Jesús, reconociendo la gloria de Dios por siempre.

Vale destacar que en muchas liturgias, el Padre Nuestro no forma parte de la Oración General de la Iglesia, sino que marca el final de la Oración Eucarística (como era en la Misa latina), preparatoria para la Santa Cena, dando mayor énfasis a ésta. En ambos casos el Padre Nuestro cierra la oración, lo cual marca el uso fundamental de esta oración de Jesús, y de cómo debemos usarla también al final de cada una de nuestras oraciones personales o comunitarias.

 


♦ Liturgia Eucarística ♦


Las lecturas y el sermón nos recuerdan los actos de salvación de Dios. Nuestras vidas dependen de su gracia y amor. En respuesta, traemos nuestras peticiones a Él. Agradecidos por sus dones, le devolvemos a Él parte de lo que Él nos dio. Nuestros pensamientos de agradecimiento son cantados en el ofertorio mientras miramos hacia la Cena del Señor, la Comunión, la forma especial en que eligió para estar con nosotros. Luego de presentar las ofrendas a Dios, comienza la celebración de la Eucaristía.

♦ El Ofertorio y la Ofrenda

P  ¡Realicemos el mandato de Cristo y ofrezcamos nuestros dones al servicio del Señor!

    Cristo Jesús, venimos a ofrecerte, pan y vino, Cuerpo y Sangre de tu amor.
Cristo Jes
ús, transforma nuestras vidas, haznos fieles y oye nuestra voz.

Cristo Jesús, venimos a ofrecerte, pan y vino, Cuerpo y Sangre de tu amor.
Cristo Jesús, transforma nuestras vidas, haznos justos por gracia y tu perdón.

Ya presentamos a Dios nuestras oraciones y ahora devolvemos a Dios como ofrenda parte de los dones que hemos recibido por su gracia. El Ofertorio es un canto utilizado para introducirnos al agradecimiento a Dios a través de nuestra ofrenda. Se centra en lo que Dios ha hecho y todavía está haciendo por nosotros. El Ofertorio se dice o se canta mientras la Comunidad entrega sus ofrendas. Esta Ofrenda es un acto de alabanza y una respuesta visible de los cristianos y cristianas a la constante presencia y ayuda de Dios. Primero los creyentes ofrecemos nuestras oraciones; ahora nos entregamos nosotros mismos: nuestro tiempo, dones, bienes, mentes y corazones al servicio de Dios y de la Iglesia. En iglesias urbanas esta ofrenda es manifestada usualmente a través de dinero como donación para las obras diacónicas o de misión de la iglesia. En iglesias rurales, esta ofrenda puede estar dada mediante frutos de la tierra (o del mar). Sin importar el tipo de ofrenda, ésta se entrega (ofrece) voluntariamente y en forma alegre. Es una respuesta genuina y agradecida a la bondad de Dios, según es revelada en la Palabra y el Sacramento. Lo recolectado es llevado al altar a modo de ofrenda para recordarnos que devolvemos al Señor parte de lo que Él nos ha dado, para ir en ayuda de otros. La ofrenda es una donación de corazón. Muchos tienen la costumbre de “tirar el vuelto” o “lo que nos sobra” cuando ofrendamos, pero así se pierde el gran sentido de este acto, ya que mediante la ofrenda se mantiene en parte, la Iglesia misma y además, con lo recaudado se puede ayudar a mucha gente que realmente lo necesita. Por eso Dios nos hace un llamado a dar una ofrenda que sea de corazón y que responda a las necesidades de nuestro entorno. Algunas congregaciones mencionan durante el culto, el destino que tendrá la ofrenda. En muchas comunidades se toma la ofrenda a la salida del culto para no mezclar los dones que entregamos en el Sacramento con el dinero ofrecido a las obras diacónicas (de ayuda social) de la iglesia.

La tradición proveniente del Antiguo Testamento y continuada por la Iglesia de dar el Diezmo (= la entrega del 10% de todos nuestros bienes a la Iglesia) no reemplaza la ofrenda durante el Culto. Así tampoco lo hacen las cuotas de membresía utilizadas en muchas iglesias para el sostén de las mismas. El diezmo o membresía son para mantener la Iglesia, la Ofrenda en cambio, es para agradecer lo que Dios ha hecho en nosotros haciéndonos parte activa en su misión y ayuda al prójimo.

♦ El saludo de la Paz

Una vez que recibimos el perdón de Dios, escuchamos su Palabra y su exhortación, y ya nos estamos preparando para recibir su presencia real en la Santa Cena, nace en nosotros la necesidad de comenzar en poner en práctica el amor de Dios en el lugar donde estamos. Como una forma de manifestar nuestra fe y compartirla con nuestros hermanos y hermanas, es que nos deseamos mutuamente la Paz del Señor.

P  ¡La paz del Señor sea con ustedes!

El compartir la Paz del Señor es una respuesta en anticipación de la gracia de Dios que hemos recibido y que será coronada con la Santa Cena que se está por consumir. Allí, Cristo nos da su paz y nos habilita para vivir en paz con nuestros prójimos. Cualquier otra paz es imperfecta; con la Paz de Cristo en nosotros, podemos estar en paz con nuestros hermanos y hermanas. Por eso compartimos su Paz, el uno con el otro, siempre en Cristo. Al desearnos la Paz implica desear lo mejor que uno puede dar al otro. Es el Shalom hebreo que llega hasta nosotros desde los primeros creyentes de la época del Antiguo Testamento y la paz que desean los ángeles a los pastores en el anuncio del nacimiento de Cristo. Esa paz que Dios viene entregando de generación en generación, es la que nosotros deseamos a nuestros prójimos, y lo hacemos con un cariñoso saludo, abrazo fraterno y beso de la paz.

Cuando la congregación comparte la paz entre ellos mismos, las personas pueden decir las mismas palabras: «La paz del Señor sea contigo». En los primeros siglos de la Iglesia, los creyentes compartían el saludo con un “beso santo” (Romanos 16:16; 1ª Pedro 5:14) y un abrazo, mostrando el cariño, afecto y compromiso de amor con sus hermanos. Además, en la Paz se nos exhorta a reconciliarnos con el hermano en conflicto, de modo que debemos utilizar este espacio para buscar al hermano y abrazarlo con un genuino deseo de Paz, dando pie a una reconciliación desde el amor, el perdón y la fe de nuestro Dios.

♦ Oración o Plegaria Eucarística

Esta Oración Eucarística nos introduce por completo a la realidad de la Santa Cena. Nos recuerda el paso de la Palabra de Dios desde los Patriarcas y los Profetas, hasta los apóstoles y llegando a nuestros días. Así también pedimos la bendición especial de Dios para que a través del Espíritu Santo santifique el pan y el vino de modo que sean para nosotros verdadero cuerpo y verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que conocemos como Epíclesis, la llamada al Espíritu Santo sobre los elementos del pan y el vino.

P  Santo eres Tú Señor, fuente de toda santidad. Te pedimos ahora que santifiques estos dones, de pan y vino, con tu Espíritu Santo, de modo que sean para nosotros verdadero cuerpo y verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Luego el pastor repite las mismas palabras que Jesús dijo cuando instituyó la Santa Cena junto a sus discípulos (Última Cena) en la celebración de la Pascua judía. Con esto, Jesús transforma la antigua Pascua (liberación de la esclavitud en el Éxodo) en una nueva Pascua (liberación de la muerte por medio de la resurrección de Cristo). Así, si la Pascua judía celebraba la liberación de Egipto por mano poderosa de Dios a través de Moisés, la nueva Pascua cristiana hará realidad la liberación del pecado y de la muerte por obra y amor de Dios en Jesucristo. Esto es lo que celebramos y recibimos realmente cuando compartimos la Mesa del Señor.

P  La noche en que fue entregado, nuestro Señor Jesús tomó pan y habiendo dado gracias, lo partió y dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman; esto es mi cuerpo que por ustedes es dado. Hagan eso en memoria de Mí.

Después de haber cenado, tomó la copa y habiendo dado gracias, la dio a ellos diciendo: Beban todos de ella, esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto todas las veces que beban en memoria de Mí.

¡Cada vez que comemos de este pan y bebemos de esta copa, proclamamos la muerte y resurrección de nuestro Señor, hasta que Él vuelva en gloria!

Estas palabras de Jesús en los Evangelios Sinópticos, y repetidas por Pablo en 1ª Corintios 11:23-26 como enseñanza para su comunidad en Corinto, son las utilizadas por toda la Iglesia Cristiana para instituir la presencia real de Cristo en el pan y en el vino, que se traduce en presencia real de Dios en nuestras vidas que fortalece nuestra fe y sella en nosotros su promesa de perdón y vida eterna. Es por el cuerpo y la sangre real de Cristo que se cumple en nosotros el verdadero perdón de los pecados y la verdadera esperanza de la resurrección a la vida eterna que Dios ha dispuesto para nosotros. Es la confirmación cotidiana de nuestro Bautismo y es el pilar de nuestra renovación y fortaleza en la fe.

Cuando Jesús instituyó la Santa Comunión el día anterior a su muerte, Él sabía lo que estaba por suceder y por eso nos dejó esta “última voluntad y testamento”. Un testamento no sólo distribuye los bienes de una persona, también dice algo acerca de cómo la persona quiere ser recordada. La Santa Comunión es la manera en que Cristo quiere que lo recordemos y recibamos, cuando dijo: «Hagan esto en memoria de Mí». Las palabras de Institución no son una oración sino una proclamación, la declaración de Jesús, sus propias palabras en las Escrituras: «Esto es mi cuerpo»; «Esta es mi sangre». Dichas por el pastor que actúa en representación de la congregación y por llamado de Dios, los cristianos están confesando que saben y creen que este es el testamento verdadero de Jesús.

Esta fiesta es verdaderamente especial. Es la muestra de cómo será el Gran Banquete Prometido de Dios para nuestra resurrección y vida eterna. Acá hay verdadero pan y verdadero vino para comer y beber. Pero Jesús dice que es su cuerpo real y su sangre real. Ambas afirmaciones son ciertas, aun cuando no entendamos cómo sucede esto, porque es un Misterio de la Fe. Sabemos que el pan y el vino no son transformados a otra cosa que no sea pan y vino (como sostienen los católicorromanos con la “transubstanciación”). También sabemos que el pan y el vino no “representan” ni “simbolizan” el cuerpo y la sangre de Cristo (como creen los de tradición calvinista con el “memorial”), sino que lo son realmente, porque es lo que Jesús mismo dijo: «este es mi cuerpo» y «esta es mi sangre», y así lo recibimos y tomamos, como verdadero cuerpo y verdadera sangre de Cristo “con, bajo y en” el pan y el vino, dados para el perdón de nuestros pecados, el fortalecimiento de la fe y la vida eterna.

Al comer y beber en la mesa de Jesús, una persona recibe el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo desde la fe. Para los creyentes esta Cena trae grandes bendiciones: ofrece y otorga el perdón de los pecados y le invita a vivir la vida eterna hoy mismo. Esto es claro en el testamento final de Jesús: «dada para el perdón de sus pecados». Esto ofrecido y dado a cada creyente que con humildad desee recibir el don de vida de Dios y fortalecer su fe. La Santa Cena confirma nuestra esperanza de vida en Dios; nos insta a permanecer pacientes y confiados en Dios en tiempos de dificultades; aumenta nuestra capacidad de amar y de amor por Dios; desarrolla nuestro amor por otros seres humanos y nos capacita para perdonar; profundiza nuestra unión con Cristo y con los otros cristianos de la comunidad. Esta es la manera en que Cristo quiso que lo recordemos y recibamos a lo largo de nuestras vidas, por eso mientras más veces podamos recibir su Sacramento del Altar, más oportunidades de renovar nuestra fe tendremos.

♦ Agnus Dei o Cordero de Dios

  ¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros!

¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros!

¡Oh Cristo, cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos tu paz! Amén.

Agnus Dei significa literalmente Cordero de Dios, y se refiere al símbolo que la Palabra de Dios establece para la Cena del Señor. Los primeros creyentes desde Abraham en adelante, hacían sacrificios u holocaustos de animales, usualmente corderos y animales puros, para “agradar a Dios”. Los inmolaban como ofrenda para así lograr su beneplácito. Con la venida del Hijo de Dios al mundo, Jesús retiró estos sacrificios, los que también hacían los sacerdotes de su época, instalándose Él mismo como el último sacrificio hecho para agradar a Dios. En este caso, es Dios mismo quien se sacrifica por el ser humano, con el fin de darnos el perdón y la fe sólo por su gracia y no por nuestros méritos. Es por esto que decimos que «Cristo es el cordero que quita el pecado del mundo». Juan el Bautista usó esa imagen para Cristo (Juan 1:29). El profeta Isaías del Antiguo Testamento la había usado varios siglos antes (Isaías 53:7). La imagen también es usada en la revelación del cielo que vio el discípulo Juan (Apocalipsis 5:12), para señalar que sólo en Cristo podemos conocer a Dios y que sólo a través de Él recibimos su gracia y misericordia, y no por nuestras obras, acciones o sacrificios.

El Cordero de Dios acentúa el sacrificio de Cristo de una vez y para todos. La inocencia de un cordero también simboliza la propia falta de pecado de Jesús. Fue matado sin quejas, yendo a la cruz voluntariamente. Pero ahora este Cordero, presente en el pan y el vino es el objeto de nuestra salvación, y es por esto que al recibir el sacramento no decimos «gracias» a quien nos da el pan o el vino, sino que decimos «Amén», confirmando que lo que estamos recibiendo es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre que Cristo entregó por nosotros en la cruz.

♦ Comunión o Santa Cena

Al dar el pan y vino a cada comulgante el ministro o el ayudante puede decir:

«El cuerpo de Cristo, dado por ti».

«La sangre de Cristo, derramada por ti».

Al recibir el pan y vino los comulgantes dicen: «Amén», enfatizando la fe en el Sacramento y en su actuación en la vida de lo reciben. Al finalizar la distribución del Sacramento, el oficiante puede decir:

P  Que el Señor Jesucristo, por medio de su santo cuerpo y su preciosa sangre, los fortalezca y los guarde en la verdadera fe hasta la vida eterna.  Amén

Vayan en la paz Dios, sirviendo al Señor.

Los que han recibido el Sacramento responden: ¡Demos gracias a Dios! Recordando siempre el agradecimiento a Dios por haber renovado la fe de la comunidad reunida en su Nombre.

En cuanto a la distribución (en círculo, media luna, filas) y la periodicidad (un vez al año, sólo los domingos, todos los días) de la Santa Cena hay varias tradiciones. Sí vale destacar que Jesús mismo instauró los Sacramentos para que fueran utilizados por los cristianos como sello y cumplimiento de las promesas de Dios. No existe pecado tan grande ni razón alguna para dejar de asistir a la Mesa del Señor, ya que es allí en donde Dios quiere unirnos como comunidad y transformar nuestros corazones hacia el amor y la verdadera fe. De aquí que sostenemos que mientras más pecadores somos, entonces más necesitamos de la presencia real de Dios en nuestras vidas, suponiendo siempre un verdadero arrepentimiento e intención de ser transformados por Dios. En la Iglesia Luterana, la Mesa del Señor es abierta para toda persona bautizada que desee ser tocada por Dios y que quiera recibir ese pan y ese vino como el verdadero cuerpo y sangre de Jesucristo dadas para nuestro bienestar y vida eterna.

Celebrando la Santa Comunión es la forma en que Cristo nos mandó que lo recordemos, recibamos y proclamemos. Creyendo en Él, comemos y bebemos su cuerpo y su sangre, saciando nuestra vida, hambre y sed de justicia, y Él nos bendice y fortalece en la fe, en la vida, en la muerte y en su resurrección.

♦ Oración de Acción de Gracias

Habiendo escuchado la Palabra y recibido el Sacramento de la Santa Cena, volvemos en paz al mundo para vivir diariamente nuestra fe y dar testimonio del amor de Dios a todas las naciones. Qué mejor que dar gracias a Dios a través de la oración porque nos ha renovado mediante su don de vida. También le pedimos que al comer y beber, nos fortalezca en la fe y en el amor mutuo. Agradecemos a Dios por el perdón y la paz dados en el Sacramento y le pedimos que dirija nuestros corazones y nuestras mentes con su Espíritu Santo y nos ayude a poner nuestras vidas a su servicio, de modo que se haga siempre su voluntad por sobre la nuestra.

Esta oración establece claramente los beneficios que recibimos en la Cena del Señor. El Señor nos prepara para la vida, dándonos amor para compartir con los demás y paz para conducir nuestras vidas. Acá el Espíritu dirige y motiva nuestro servicio a Dios donde también expresamos nuestro agradecimiento en la oración, y por supuesto, continuamos expresándolo con una vida en constante servicio y humildad para la gloria de Dios.

♦ Bendición

Al finalizar el Culto, Dios nos provee de una guía y protección especial. Hemos sido perdonados en la Confesión y hemos reconocido el amor de Dios en ese perdón; el buen Dios nos ha renovado con su Palabra y mostrado el camino que debemos recorrer como cristianos; hemos gozado de la compañía y el estímulo de otros cristianos que compartieron la Paz del Señor y desean vivir sus vidas en esa paz y en servicio a Dios; y finalmente fuimos alimentados y fortalecidos con su Santa Cena en la presencia real de Cristo que ahora habita en nosotros. Ahora retornamos a nuestros hogares, a nuestras vidas cotidianas, a nuestros trabajos, estudios y quehaceres. Estamos retornando a un lugar de tentaciones, un lugar en donde el mundo, día y noche, envía mensajes que se oponen a la voluntad de Dios. Por eso el buen Dios nos reviste de su bendición a través de palabras que están llenas de poder, porque son de Dios mismo.

A través de Moisés, Dios dio ciertas palabras a Aarón y su descendencia para usar al bendecir al pueblo de Dios (Números 6:24-26):

P  El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga de ti misericordia. El Señor vuelva su rostro hacia ti y te conceda su paz. Amén.

Con estas palabras, los siervos de Dios daban la bendición del Señor a los israelitas. De la misma manera hoy, el pastor u oficiante, un representante de Cristo en medio nuestro, nos da la bendición de Dios a nosotros, la Comunidad y Pueblo de Dios.

La bendición se dice con las manos levantadas, como Cristo levantó sus manos para bendecir a sus discípulos antes de su ascensión (Lucas 24:50). Cuando el pastor dice las palabras de bendición, se hace la señal de la cruz. La cruz es el símbolo la victoria de nuestro Señor sobre el pecado y la muerte, y es la base de nuestro amor y paz con Dios. En este signo, nosotros somos victoriosos. A través de Cristo, Dios reconcilió el mundo haciendo la paz a través de su sangre, derramada en la cruz (Colosenses 1:20). De esta manera somos bendecidos al partir. Estamos en paz. La bendición de Dios está en nosotros. Retornamos a nuestra vida diaria, renovados, fortalecidos y confiados plenamente en Dios.

Respondemos con «Amén». ¡Sí! Es tal como Dios ha prometido. ¡Sí! Nos bendice y nos da un futuro brillante a través de Jesucristo, nuestro Señor. Agradecidos y confiando en Él, estamos listos para servir al Señor. Y hasta que Él venga de nuevo para llevarnos a su Reino definitivo para estar con Él para siempre, nosotros decimos con fuerza el triple amén invocando a Dios Trino y su acción en nosotros y el mundo:

  ¡Amén, Amén, Amén!

♪ Himno de Salida

Para finalizar con alegría y gozo esta celebración en Comunidad, qué mejor que hacerlo cantando y dando gloria a Dios por su Creación, por su amor y por todo lo que nos ha dado antes y durante el Culto y por la fortaleza que nos dará a nuestra nueva salida al mundo.

♦ Postludio

La Comunidad se toma un último momento de reflexión sobre todo lo que ha vivenciado en el culto. Hemos sido exhortados, enseñados, renovados, fortalecidos, consolados, esperanzados y hemos sentido el amor y perdón de Dios. Esto requiere de un tiempo de introspección seria para poder salir al mundo con una mente clara y un corazón seguro en la fe. Para esto tenemos un espacio musical que nos ayuda a entrar en contacto con uno mismo y con nuestros iguales y prepararnos para salir gozosos del culto hacia la nueva vida a la que hemos sido llamados.