Rev. Dr. Martín Lutero

El Padre Nuestro

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EL PADRENUESTRO

Como un jefe de familia debe enseñarlo en forma muy sencilla a los de su casa.

Como cristianos que intentamos vivir desde la fe, vivimos desde el amor a y de Dios. La oración es una necesidad de decir a Dios que lo amamos y que queremos y necesitamos sentirnos cerca de Él. Es comunicar nuestro amor al recibir el amor de Dios. El Padre Nuestro es la oración perfecta. Jesús mismo, el Hijo de Dios, nos enseña cómo orar. Sus palabras se convierten en nuestras palabras. Sus pensamientos guían nuestros pensamientos y nuestras vidas hacia la verdadera fe y el correcto actuar en el mundo. La oración del Padrenuestro aparece en los Evangelios (Mateo 6:9-13 y Lucas 11:1-4). La tradición protestante (aunque no Lutero) agrega una doxología al final del Padrenuestro, es decir, una fórmula que realza la gloria de Dios en el mundo y en la historia: «Porque tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos. Amén» Como no hay otro camino para recibir y conocer a Dios fuera de Jesucristo, nuestra oración y súplica sólo puede estar dirigida a Él, como único mediador entre Dios y la humanidad. Cuando oramos sólo le hablamos a Dios, al Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ni los santos canonizados, ni la virgen María, ni nadie puede interceder por nosotros ante Dios. Recordemos que Dios envió a su Hijo al mundo precisamente para establecer una nueva relación con la humanidad, una relación cercana y llena de amor. Sería entonces ir en contra de las verdades bíblicas y de Dios mismo, si pensamos llegar a Dios en oración a través de “santos” u otras formas: «Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando oren, no hablen mucho ni hagan vanas repeticiones, como hacen los paganos, que piensan que por hablar mucho serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta a ustedes, antes de que se lo pidan» (Mateo 6:6-8). Un interesante ejercicio para realizar en el estudio del Padre nuestro es separar el verbo con el sustantivo en cada petición. Esto permite comprender de mejor modo la acción que se pide a Dios.

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

¿Qué quiere decir esto?

Con esto, Dios quiere atraernos para que creamos que Él es nuestro verdadero Padre y nosotros sus verdaderos hijos, a fin de que le pidamos con valor y plena confianza, como hijos amados a su amoroso padre.

Cuando decimos, “Padre nuestro que estás en los cielos”, reconocemos que Dios es nuestro Padre y Creador de todas las cosas. Le oramos como sus hijos reconociendo que Él es un Padre y Madre fiel, que nos cuida y vela por nosotros. Dios está sobre nosotros (cielo) y en todos los lugares (simbolizado por el cielo que se ve de todas partes). Así reconocemos que Dios es un Padre que nos cuida desde el vasto cielo y durante toda nuestra vida hasta la vida eterna. En esta frase consolidamos la confianza en que Dios es 1) Padre de todo y todos; 2) Es “nuestro” Padre y está con nosotros; y 3) que está en el “cielo”, que es su Reino eterno.

Primera Petición

SANTIFICADO SEA TU NOMBRE

¿Qué quiere decir esto?

El Nombre de Dios ya es santo por sí mismo; pero rogamos con esta petición que sea santificado también entre nosotros.

Como cristianos queremos que el Nombre de Dios sea santo, sagrado, un gran tesoro para toda la humanidad. Santificar es “hacer santo”, es decir, que sea santo entre nosotros, reconociendo que en Dios reside toda la santidad, la cual sólo recibimos en el Bautismo y todos por igual (Dios nos hace santos en el Bautismo). El nombre de Dios debe ser respetado y tomado en serio, de modo que podamos ir reconociendo su grandeza y su gloria. Si reconocemos el Nombre de Dios como santo implica que comprendemos también su Palabra como santa y su voluntad como una misión en nuestras vidas. Lo que Dios manda también es santo, requiere entonces de una respuesta de fe hacia la acción de amor y servicio de los cristianos.

¿Cómo sucede esto?

Sucede cuando la Palabra de Dios es enseñada en toda su pureza, y también cuando vivimos santamente conforme a ella, como hijos de Dios. ¡Ayúdanos a que esto sea así, amado Padre celestial! Pero quien enseña y vive de manera distinta de lo que enseña la Palabra de Dios, profana entre nosotros el Nombre de Dios. De ello, ¡guárdanos, Padre celestial!

Segunda Petición

VENGA A NOSOTROS TU REINO

¿Qué quiere decir esto?

El Reino de Dios viene en verdad por sí solo, aun sin nuestra oración. Pero rogamos con esta petición que venga también a nosotros.

Nuestro Dios y Padre celestial rige el mundo y queremos que también dirija nuestros corazones. Reconocemos como cristianos que hay un Reino y que Dios es Rey. Queremos que sea Dios quien nos gobierne desde su justicia. Si reconocemos a Dios como nuestro Rey entonces también seguimos sus mandamientos. La tentación del mal y el egoísmo no debe vencernos, pero tiene más fuerza que nosotros, por eso pedimos a Dios que se haga presente en majestad en nuestras vidas, dándonos poder a través de su Palabra y su fe, a fin de que podamos vencer al mal y seguir sus mandamientos. Que el Reino de Dios venga a nosotros implica vivir en una comunión plena con Dios, disfrutando de su amor y cuidado constante. Queremos que Dios sea nuestro Rey y que Él gobierne nuestras vidas en su Reino de amor, vida  y esperanza, y que se haga presente entre nosotros y en el mundo a través de la Iglesia.

¿Cómo sucede esto?

Sucede cuando el Padre celestial nos da su Espíritu Santo, para que, por su gracia, creamos su santa Palabra y llevemos una vida de piedad, tanto aquí en el mundo temporal como en el otro, de la eternidad.

Tercera Petición

HÁGASE TU VOLUNTAD ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO

¿Qué quiere decir esto?

La buena y misericordiosa voluntad de Dios se hace, en verdad, sin nuestra oración; pero rogamos con esta petición que se haga también entre nosotros.

Queremos que se haga siempre la voluntad de Dios por sobre la nuestra. No queremos que el mundo sea gobernado por el egoísmo humano, sino por el amor y la fidelidad de Dios. Queremos que se respeten sus mandamientos por sobre todo: «Que se haga Tu voluntad y no la mía» (Mc 14:36). Confiamos en que Dios sabe lo que es mejor para nosotros y confiamos en que su voluntad debe hacerse para que encontremos la paz y la felicidad en nuestra vida y también en la muerte. Si en el cielo los ángeles obedecen a Dios, queremos que ocurra lo mismo con nosotros acá en la tierra, y así vivir como si estuviéramos en el “cielo”. Dios nos dice: «Ámense los unos a los otros; así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13:34) animándonos a vivir el amor en Comunidad que es su Voluntad.

Si recordamos nuestra visión sobre la Libertad Cristiana, nos damos cuenta que el pedir que se haga la Voluntad de Dios, es decir que queremos que nuestra libertad signifique que ponemos nuestras vidas al servicio de Él y de este mundo. Es la elección que queremos tomar como personas libres: elegir libremente servir a Dios en la iglesia para su gloria.

¿Cómo sucede esto?

Sucede cuando Dios desbarata y estorba todo mal propósito y voluntad de quienes tratan de impedir que santifiquemos el Nombre de Dios y de obstaculizar la venida de su Reino, tales como la voluntad del mal, del mundo y de nuestra carne (deseos). Así también se hace la voluntad de Dios, cuando Él nos fortalece y nos mantiene firmes en su Palabra y en la fe hasta el fin de nuestros días. Ésta es su misericordiosa y buena voluntad.

Cuarta Petición

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DÁNOSLO HOY

¿Qué quiere decir esto?

Dios da diariamente el pan, también sin nuestra súplica, aun a todos los malos; pero rogamos con esta petición que Él nos haga reconocer esto y así recibamos nuestro pan cotidiano con gratitud.

¿Qué es esto: el pan cotidiano?

Todo aquello que se necesita como alimento y para satisfacción de las necesidades de esta vida, como: comida, bebida, vestido, calzado, casa, hogar, tierras, ganado, dinero, bienes; piadoso esposo/a, hijos piadosos, piadosos criados, autoridades piadosas y fieles; buen gobierno, buen tiempo; paz, salud, buen orden, buena reputación, buenos amigos, vecinos fieles, y cosas semejantes a éstas.

Cuando pedimos a Dios que supla nuestras necesidades con la palabra “pan”, incluimos comida, vestimenta, salud, familia, ocupación, amigos, protección y justicia. Queremos que sea Dios quien provea y no nosotros creyendo que logramos todo por nuestros propios medios y esfuerzos. Necesitamos de la ayuda y guía de Dios para lograr nuestras metas y subsistir en el mundo hoy. Pedimos a Dios que nos dé el sustento para poder cumplir con esta misión de compartir la fe y nuestras necesidades en Comunidad, que es su voluntad. El recibir nuestro pan cotidiano con gratitud es una actitud de vida y no un simple pensamiento; significa sentir que lo que recibimos realmente viene de Dios y nos alimenta y fortalece para superar nuestras dudas y penas. Junto con pedir este alimento espiritual y material, también pedimos a Dios que nos regale sus dones para servir mejor en este mundo que ha creado por y para nosotros.

Quinta Petición

Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS, ASÍ COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES

¿Qué quiere decir esto?

Con esta petición rogamos al Padre celestial que no tome en cuenta nuestros pecados y que por causa de ellos nos niegue lo que pedimos. En efecto, nosotros no somos dignos de recibir nada de lo que pedimos, ni tampoco lo hemos merecido, pero quiera Dios dárnoslo todo por su gracia, pues diariamente pecamos mucho y sólo merecemos el castigo. Así, por cierto, también por nuestra parte perdonemos de corazón, y con agrado hagamos bien a (todos) los que contra nosotros pequen.

A menudo nos molestamos por las falencias y pecados de los demás, pero queremos aprender a perdonar a quienes nos ofenden y a quienes adeudan amor a Dios y a nosotros. La palabra “deuda” nos dice que nos debemos a los demás, en cuanto conocemos el amor de Dios y somos llamados a enseñarlo y compartirlo. Así, nos reconocemos como en constante deuda con los otros, en cuanto no hacemos todo lo que podemos por su bienestar y vida de fe. Junto con “deudas” pensamos también en “ofensas”, “culpas” y “pecados”, que debemos perdonar de nosotros mismos y de nuestros prójimos. Pedimos a Dios que no tome en cuenta nuestros pecados y nos perdone, y al mismo tiempo nos comprometemos a actuar igual con nuestros prójimos. Primero reconocemos nuestras propias deudas con los demás y con Dios, para poder ver la de los otros. Así intentamos estar en paz con todos y vivir en el amor de Dios. «Que la única deuda con los demás sea la del amor mutuo” (Ro 13:8). Buscamos una constante actitud de autocrítica y empatía: sólo podemos perdonar cuando nos ponemos en el lugar del otro y de sus necesidades; tal como Cristo se puso en nuestro lugar en la cruz ante nuestra necesidad de liberación del pecado y de la muerte. Si no reconocemos nuestra necesidad de ser perdonados constantemente por Dios, entonces no podemos comprender tampoco la necesidad de otros de sentir nuestro perdón, y a través nuestro, de Dios. En fin, pedimos que Dios nos perdone de la misma forma en que nosotros perdonamos a los demás.

El compromiso es a amar y también dejarse amar por Dios y nuestros hermanos y hermanas; entregarse por el otro, permitiendo que el otro también se entregue por uno. Somos llamados desde el amor de Dios hacia el amor al prójimo y a uno mismo. Lo hacemos porque es nuestra “deuda” con el otro y con Dios. Es un desafío para nuestras vidas el reconocer nuestra constante “deuda” con los necesitados, con los pobres, los enfermos y con todos aquellos que necesitan que seamos y actuemos como cristianos durante nuestras vidas.

Sexta Petición

Y NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

¿Qué quiere decir esto?

Dios, en verdad, no tienta a nadie; pero con esta petición le rogamos que nos guarde y preserve, a fin de que el mal, el mundo y nuestra carne no nos engañen y seduzcan, llevándonos a una fe errónea, a la desesperación y a otras grandes vergüenzas y vicios. Y aun cuando fuéramos tentados a ello, que al fin logremos vencer y retener la victoria.

La cultura que nos rodea busca que corramos tras las riquezas y el poder. Nuestros propios deseos nos podrían hacer tropezar y caer. Nuestro propio pecado y duro corazón hace que  perdamos nuestra fe y esperanza en Dios ante las dificultades y dolores de la vida, en vez de querer superarlos con la ayuda y fortaleza de nuestro Dios. Lutero nos dice que Dios “no tienta a nadie”, es decir, Dios no nos pone pruebas, sino que es la vida misma y nuestra forma de enfrentarla, la prueba que debemos superar en el amor de Dios. Por eso imploramos la ayuda de Dios para que nos fortalezca en la fe y no permita que caigamos en la tentación de creernos “dioses” (que fue la tentación de Adán y Eva: “… se les abrirán los ojos y serán como dioses y serán como dioses” Gn 3:5)) y de hacer mal a nuestros prójimos o a nosotros mismos: “El que se cree muy seguro, ¡cuídese de no caer! Hasta ahora, ustedes no tuvieron tentaciones que superen sus fuerzas humanas. Dios es fiel, y Él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de ella, y los ayudará a soportarla” (1 Co 10:12-13). Somos nosotros los que caemos y necesitamos de la ayuda de Dios y el medio que Dios nos da está en la fe vivida en Comunidad. Reconocemos que el mal es nuestro y somos libres de ser siervos de Dios o siervos del mal, aceptando que somos constantemente tentados por nuestros propios deseos. Así, nos damos cuenta que no podemos vivir sin Dios y que dependemos de Él para nuestra justificación, perdón y superación.

Si volvemos a nuestro concepto de Libertad Cristiana, comprendemos que somos libres de elegir de servirnos a nosotros mismos, al egoísmo y al pecado, o de servir a Dios y al prójimo. Es nuestra opción de vida. Ésta es la base de toda unión de amistad, amor y de fe. De aquí que ante las tentaciones nos preguntamos: ¿Me hace bien esta decisión? ¿Me hace mejor cristiano? ¿Me ayuda a mostrar mi amor por los demás y por mí mismo? ¿Es una respuesta al amor que siento de Dios? Así nos vamos conociendo a nosotros mismos y nuestra forma de superar las tentaciones desde el amor de Dios.

Séptima Petición

MAS LÍBRANOS DEL MAL

¿Qué quiere decir esto?

Con esta petición rogamos, como resumen, que el Padre celestial nos libre de todo lo que pueda perjudicar nuestro cuerpo y vida, nuestros bienes y honra, y que al fin, cuando llegue nuestra última hora, nos conceda un final bienaventurado, y, por su gracia, nos lleve de este valle de lágrimas al cielo para vivir con Él en la eternidad. AMÉN [1]

¿Qué quiere decir esto?

Que debo estar en la certeza de que el Padre celestial acepta estas peticiones y las atiende; pues Él mismo nos ha ordenado orar así y ha prometido escuchar nuestra oración. Finalizamos diciendo: Amén, que quiere decir: «Sí, que así sea».

El mal está muy dentro de nosotros (tentación) y no podemos dominarlo siempre, por eso le pedimos a Dios que nos ayude a poner a Cristo en el centro de nuestras vidas y no a nuestro propio egoísmo que nos hace creernos como dioses. Sólo Dios puede mantenernos a salvo de nosotros mismos y guiar nuestros pensamientos, emociones y acciones hacia el bien de la Comunidad y la creación toda. Pedimos más fe para seguir siempre firmes en el camino de justicia, verdad y amor, y de esta manera, cuidarnos de todo lo que nos aleja de Dios y de las personas que amamos.

“Amén” es un deseo íntimo y una petición a Dios. Queremos que nuestra oración se haga realidad en nuestra experiencia de fe. Queremos que “así sea”, confiando en Dios que “así será”. Con esto, nuestra oración también se transforma en una confesión de fe y confianza en Dios.

Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Reconocemos finalmente que Dios es el Señor y Rey todopoderoso, que rige sobre todo lo que existe y por toda la eternidad. Dios es el único que merece la gloria y el honor sin fin. La gloria no es nuestra sino sólo de y para Dios (nosotros somos los “deudores”). Con una afirmación contundente: «Amén», declaramos, «que así sea» hoy, para siempre y desde siempre. Esta doxología, es decir alabanza al Señor, no forma parte del Padrenuestro en sí mismo, y debe su origen a diferentes traducciones de la Biblia, sin embargo, es la mejor forma de terminar la oración que nos enseñó el Señor Jesús, reconociendo el poder y la gloria de Dios por siempre, en fin, es una alabanza y reconocimiento de Dios como lo que es: Dios.

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Notas al pie


[1] La edición de Nuremberg de 1558 añade, antes del «Amén»: “Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria por todos los siglos.”