Rev. Dr. Martín Lutero

Sacramento de la Santa Cena

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EL SACRAMENTO DEL ALTAR O SANTA CENA

Cómo un jefe de familia debe enseñarlo en forma muy sencilla a los de su casa.

¿Qué es el Sacramento del Altar?

Es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro SEÑOR Jesucristo bajo el pan y el vino, instituido por Cristo mismo para que los cristianos lo comamos y bebamos.

¿Dónde está escrito esto?

Así escriben los santos evangelistas Mateo, Marcos y Lucas, y también San Pablo: «Nuestro Señor Jesucristo, la noche en que fue entregado, tomó el pan; y habiendo dado gracias, lo partió y dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es dado. Haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, y habiendo dado gracias, la dio a ellos, diciendo: Tomad, y bebed de ella todos; esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por vosotros para perdón de los pecados. Haced esto, todas las veces que bebiereis, en memoria de mí».

¿Qué beneficios confiere el comer y beber así?

Los beneficios los indican estas palabras: «por vosotros dado» y «por vosotros derramada para perdón de los pecados». O sea, por estas palabras se nos da en el Sacramento perdón de pecados, vida y salvación; porque donde hay perdón de pecados, hay también vida y salvación.

¿Cómo puede el comer y beber corporal hacer una cosa tan grande?

Ciertamente, el comer y beber no es lo que la hace, sino las palabras que están aquí escritas: «Por vosotros dado» y «por vosotros derramada para perdón de los pecados». Estas palabras son, junto con el comer y beber corporal, lo principal en el Sacramento. Y el que cree dichas palabras, tiene lo que ellas dicen y expresan; eso es: «el perdón de los pecados», lo cual significa la renovación de la comunión con Dios y su Iglesia.

¿Quién recibe este Sacramento dignamente?

El ayunar y prepararse corporalmente es, por cierto, una buena disciplina externa; pero verdaderamente digno y bien preparado es aquel que tiene fe en las palabras: «por vosotros dado» y «por vosotros derramada para perdón de los pecados». Mas el que no cree estas palabras o duda de ellas, no es digno, ni está preparado; porque las palabras «por vosotros» exigen corazones fielmente creyentes.

El Art. 10 de la Confesión de Augsburgo señala: «En cuanto a la Santa Cena del Señor, enseñamos que el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo están realmente presentes, y son distribuidos y recibidos en la Cena bajo las especies del pan y del vino».

En la Santa Cena, Comunión o Eucaristía, el pan y el vino son, a partir de la consagración, verdadero cuerpo y verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, que nos fortalece en la fe y en la comunión con Dios. Cada vez que compartimos la Cena del Señor, entramos en contacto con Jesucristo resucitado y recibimos el perdón de los pecados que nos hace herederos para la salvación por fe en Él. El mayor amor de Dios se manifiesta en la Comunidad cuando ésta se reúne alrededor de su mesa y recibe su gracia. Como la Santa Cena es un don dado por Dios, nosotros creemos que la mesa es abierta y que toda persona bautizada que crea que ese pan y ese vino son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor, debe ir y recibir el Sacramento, sin importar si es o no miembro de la iglesia. En la celebración luterana de la Santa Cena tanto el pan como el vino son recibidos por todos los comulgantes. A diferencia de otros grupos protestantes, los luteranos proclaman la Presencia Real de Cristo “en, con y bajo” los elementos del pan y el vino en la eucaristía, creencia basada en la promesa que el propio Jesucristo hizo en la institución de la Sagrada Comunión cuando dijo: «Este es mi cuerpo» y «Esta es mi sangre» (Mateo 26:26-28). Esto implica que la Santa Cena no es uno símbolo ni un memorial de la Cena de Jesús y sus discípulos, sino la verdadera carne y la verdadera sangre de nuestro Señor.

Los Sacramentos son el regalo que Dios nos dejó en Jesucristo. En ellos nosotros sólo recibimos por fe, junto a la Comunidad que se reúne en su Nombre. No hacemos nada más que presentarnos humildemente ante Dios; es Dios quien actúa regalándonos su amor y dándonos esperanza en un presente y un futuro de comunión eterna con Él y con nuestros hermanos y hermanas en la fe. En el Sacramento no importa quién lo administre, ni quien lo recibe, sino la gracia de Dios que llega a nosotros a través del ministro.

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