Rev. Dr. Martín Lutero

El Oficio de llaves y la Confesión

Sacramentos  La Santa Cena El Santo Bautismo


EL OFICIO DE LAS LLAVES

Como el jefe de la familia debe enseñarlo sencillamente en su casa.

¿Qué es el Oficio de las Llaves?

El Oficio de las Llaves es el poder especial que nuestro Señor Jesucristo ha dado a su Iglesia en la tierra, de perdonar los pecados a los penitentes en su Nombre, y de retener los pecados a los impenitentes mientras no se arrepientan. A modo de dirigir y fortalecer la fe de los fieles.

¿Dónde está escrito esto?

Así escribe San Juan: «Jesús sopló sobre ellos [discípulos] y dijo: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”» (Juan 20:22-23).

¿Qué crees según estas palabras?

Creo que cuando los ministros debidamente llamados de Cristo [pastores/as ordenados] por su mandato divino, pastorean con nosotros, especialmente cuando excluyen a los pecadores manifiestos e impenitentes de la congregación cristiana, y cuando absuelven a los que se arrepienten de sus pecados y prometen enmendarse, que esto es tan válido y cierto, tanto en el cielo como en la tierra, como si el mismo Señor Jesucristo lo hiciese con nosotros.

LA CONFESIÓN

Manera como se debe enseñar a la gente sencilla a confesarse.

¿Qué es la confesión?

La confesión contiene dos partes. La primera es la confesión de los pecados, y la segunda, es el recibir la absolución del confesor como de Dios mismo, no dudando de ella en lo más mínimo, sino creyendo firmemente que por ella los pecados son perdonados ante Dios en el cielo.

¿Qué pecados hay que confesar?

Ante Dios uno debe declararse culpable de todos los pecados, aun de aquellos que ignoramos, tal como lo hacemos en el Padrenuestro. Pero ante el confesor debemos confesar solamente los pecados que conocemos y sentimos en nuestro corazón.

¿Cuáles son tales pecados?

Considera tu estado basándote en los Diez Mandamientos, seas padre, madre, hijo o hija, señor o señora, o servidor, para saber si has sido desobediente, infiel, perezoso, violento, insolente, peleador; si hiciste un mal a alguno con palabras u obras; si rogaste, fuiste negligente o derrochador o causaste algún otro daño.

Los cristianos consideramos como “pecado” todo deseo o acción de maldad hacia uno mismo, el prójimo o hacia Dios. Pecado no es solamente matar o mentir como destacan los Mandamientos, sino que éstos son la enseñanza básica indispensable para lograr una verdadera vida en Comunidad en la paz de Dios. El pecado nos aleja de Dios y del amor a nuestros prójimos, y es por esto que nosotros debemos vencer nuestra inherente esencia pecadora gracias a la fe que nos transforma y nos hace “justos” (justificación) a los ojos de Dios. La obra de Cristo en la cruz nos libera de las ataduras del pecado y de la muerte, y nos permite ser verdaderamente libres para recibir a Dios en nuestras vidas, dejando que sea Dios quien realice la obra de amor en nosotros: darnos su fe y transformarnos hacia un cambio positivo y entrega a Él en nuestras vidas. Gracias a esa fe podemos discernir entre lo bueno y lo malo, y encontrar la fortaleza para arrepentirnos y caminar por los senderos de Dios.

El Art. 12 de la Confesión de Augsburgo señala: «Respecto al arrepentimiento se enseña que quienes han pecado después del Bautismo pueden obtener el perdón de los pecados toda vez que se arrepientan y que la iglesia no debe negarles la absolución. Propiamente dicho, el arrepentimiento no es otra cosa que contrición y dolor o terror a causa del pecado y, sin embargo, a la vez creer en el Evangelio y la absolución, es decir, que el pecado ha sido perdonado y que por Cristo se ha obtenido la gracia. Esta fe, a su vez consuela el corazón y lo tranquiliza. Después deben seguir la corrección y el abandono del pecado, pues éstos deben ser los frutos del arrepentimiento de que habla Juan Bautista: «Haced frutos dignos del arrepentimiento» (Mateo 3:8). Se rechaza a los que enseñan que quienes una vez se convirtieron ya no pueden caer [en pecado]».

La absolución

La absolución es el perdón en nombre de Dios de nuestros pecados, faltas y egoísmos. Esta absolución es dada por el pastor sólo por mandato de Dios, es decir, no es el pastor quien perdona, si no que es él quien comunica el perdón de Dios logrado por Cristo en la cruz y recibido gracias a nuestro arrepentimiento y fe. De aquí que todo cristiano bautizado y con fe puede compartir el perdón de Dios a otro cristiano arrepentido mediante una confesión personal y sincera.

En la absolución los pecados no se “borran”, sino que se perdonan. Aunque jamás dejamos de ser pecadores, en la fe somos hechos justos (=justificados) para que podamos vivir como justos y pecadores al mismo tiempo (=”simul iustus et peccator”: al mismo tiempo justos y pecadores), es decir, aceptando nuestra condición pecadora y tentación al mal, al mismo tiempo que recibimos el don de fe de Dios sin merecerlo ni ganarlo y que transforma nuestras vidas volcándolas hacia Dios. Todo esto lo recibimos gratuitamente sólo porque Dios nos ama y quiere lo mejor para nosotros.

‑«Honorable y estimado señor: pido que tenga a bien escuchar mi confesión y declarar el perdón de mis pecados en nombre de Dios».

‑Te escucho.

‑«Yo, pobre pecador, me confieso ante Dios que soy culpable de todos los pecados; especialmente me confieso ante vuestra presencia que siendo hijo/a, padre/madre, trabajador/a, etc., sirvo lamentablemente en forma infiel a mis hermanos, pues aquí y allá no he hecho lo que me ha sido encomendado, habiéndolos movido a sulfurar o a maldecir; he descuidado algunas cosas y he permitido que ocurran daños. He sido también deshonesto en palabras y obras; me he irritado con mis semejantes y he murmurado y maldecido contra mi prójimo, etc. Todo esto lo lamento y me arrepiento, y solicito vuestra gracia; pues quiero corregirme».

Un amo o ama de casa debe decir así:

‑«En especial confieso ante Ud. que no eduqué fielmente para gloria de Dios a mi hijo, sirviente, mujer. He maldecido; he dado malos ejemplos con palabras y obras deshonestas; he hecho mal a mi vecino, hablando mal de él, juzgándolo, dándole mala mercadería y no toda la cantidad que corresponde».

En general, deberá confesarse todo lo que uno ha hecho en contra de los Diez Mandamientos, lo que corresponde según su estado y situación.

Si alguien no se siente cargado de tales o aun mayores pecados, entonces no debe preocuparse o buscar más pecados ni inventarlos, haciendo con ello un martirio de la confesión, sino que debe contar uno o dos, tal como él lo sabe. De esta manera: «En especial confieso que he maldecido alguna vez; del mismo modo, que he sido desconsiderado alguna vez con palabras, que he descuidado mis deberes, etc.». Considera esto como suficiente.

Si no sientes ninguno (lo que no debería ser posible), entonces no debes decir nada en particular más que declararte como pecador arrepentido desde la fe y recibir el perdón de la confesión general, así como lo haces ante Dios en presencia del confesor o en la iglesia.

A ello debe responder el confesor:

‑«Dios sea misericordioso contigo y fortalezca tu fe, AMÉN. Dime: ¿Crees tú también que mi perdón sea el perdón de Dios?».

‑«Sí, venerable señor».

Entonces dirá:

‑«Así como has creído, de la misma forma acontezca en ti[1]. Y yo por mandato de nuestro SEÑOR Jesucristo te perdono tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Ve en paz»[2].

Aquellos que tengan gran carga de conciencia o estén afligidos o atribulados, un confesor con más experiencia y con ayuda de pasajes bíblicos los sabrá consolar e impulsar hacia la fe. Ésta debe ser sólo una manera usual de confesión para la gente sencilla.

El Art. 10 de la Confesión de Augsburgo señala: «Respecto a la confesión se enseña que la absolución privada debe conservarse en la iglesia y que no debe caer en desuso, si bien en la confesión no es necesario relatar todas las transgresiones y pecados, por cuanto esto es imposible: “Los errores, ¿quién los entenderá?” (Salmo 19:12)».

Los primeros reformadores confiaban en que las personas continuaran yendo a la confesión privada como se había hecho en el pasado, pero como ya nadie iba a confesarse debido a la corrupción latente de la iglesia y de sus clérigos en el siglo XVI, se hizo de éste un asunto comunitario y se adaptó al culto de modo que haya una Confesión de Pecados y Absolución preparatoria para escuchar la Palabra y recibir los Sacramentos durante la Misa. Como se puede apreciar, la confesión para Lutero no está reservada únicamente para los pastores, sino que cualquier cristiano bautizado y fiel a la Palabra de Dios, puede escuchar la confesión de un hermano y expresarle el perdón de sus pecados en nombre de Dios, si es que está arrepentido y quiere enmendar sus errores. Pero esto no quita la obligación de todo cristiano de confesar sus pecados más profundos a su pastor/a de modo que pueda contar con el apoyo y guía necesarios para su vida de fe.

Es importante destacar que aquel que realiza la acción de escuchar una confesión no juzga ni opina, salvo que se le solicite expresamente luego de la confesión. Su rol es escuchar y compartir la misericordia y perdón de Dios, no ofrecer sus opiniones ni juicios personales.

Toda Confesión de Pecados parte confesando y reconociendo nuestro pecado esencial, es decir, nuestra pecaminosidad natural, nuestra tendencia a ser todo lo que Dios no quiere que seamos, nuestros pecados cometidos al hacer lo que no debiéramos haber hecho y aquellos que consisten en no haber hecho algo que sí deberíamos haber hecho. Sabemos que no podemos ocultar nuestro verdadero ser de nosotros mismos ni de Dios. Sabemos en dónde hemos herido y en dónde hemos pecado; conocemos el rol que hemos tenido en herir a otros, a veces a pesar de nosotros mismos y a veces a causa nuestra. No tiene sentido ocultar todo eso a Dios, ya que de todas formas Él sabe todo y conoce nuestros pensamientos y acciones, nuestros miedos y fortalezas. Esas heridas y pecados son la causa por la que necesitamos tanto sentir el amor de Dios en nuestras vidas, a través de su perdón y renovación de nuestra vida.

Con la Confesión reconocemos que no hemos amado a nuestro prójimo como deberíamos. Dios sabe todo esto, pero para nuestro propio bien necesitamos confesarlo y estar dispuestos a mejorar. No es nuestra bondad lo que le presentamos a Dios sino nuestros errores, falencias y egoísmos. De aquí que nuestra Confesión debe provenir de lo más profundo y sincero de nuestro corazón y debe estar revestida de humildad y arrepentimiento, confiados en la misericordia y perdón de Dios, sólo por su gracia y por la obra de Cristo en la cruz, sin que lo merezcamos. Sabemos que el amor y fidelidad de Dios va más allá de nuestras infidelidades. Su amor, inmerecido por nosotros, nos puede liberar del castigo de nuestros pecados y del flagelo de nuestras malas decisiones y egoísmos. Porque a través del sufrimiento y la muerte de Cristo, Dios tomó el castigo de nuestro pecado sobre Él mismo. Dios se hizo hombre y sufrió en nuestro lugar en la cruz del Calvario para empatizar con nosotros, sentir nuestro dolor y desesperanza, y darnos un camino de salvación. Cristo dio su vida para que nosotros podamos obtener el perdón y una vida nueva; para que desde la fe en Él podamos ser transformados por Él y vivir en paz con nosotros mismos, con nuestros prójimos y con Dios mismo. Nuestra confesión expresa entonces, nuestra fe en esa salvación a través de Jesucristo y en el perdón que Él nos da gratuitamente, y por el cual nosotros encontramos una verdadera comunión con Dios, reconciliándonos con Él.

Sacramentos  La Santa Cena El Santo Bautismo

[1] Mt. 8: 13.

[2] Mc. 5: 34 Lc. 7: 50, 8: 48.